3.14.2020

El circo del terror...

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Según mis cálculos la primera vez que vi el circo llegar a mi pequeño pueblo, yo solo tenía siete años, creo que era 1824. Cuando divisé a lo lejos esa caravana llena de colorido me emocioné e insistí a mi madre para que me llevara a ver a los malabaristas, payasos y animales. Ella dijo que no, que aquellos pocos pesos con los que contábamos eran para comprar pan y no para ver a unos cuantos tontos haciendo payasadas. Mi decepción creció aún más cuando supe que mi amiga María había conseguido las dos monedas necesarias para poder entrar.
Aquella noche todo el pueblo, o bueno casi todos, fueron guiados al circo, llamados por los tambores y por la voz del Cirquero que gritaba a los cuatro vientos desde la plaza principal lo espectacular que iba a ser la función, que grandes y chicos se arrepentirían de no ir aquella noche al circo. Yo decidí escabullirme, pero cuando llegué al puesto donde se habían ubicado las dos carpas el show había terminado.
Pero lo que ví me aterrorizó. Ahí estaba María, Sandra, la esposa del panadero con su embarazo y Don Carlos, el anciano herrero de la población. Los tres seguían al carromato arrastrados por una música, que solo ellos podían escuchar, mientras el Cirquero con sus ojos inyectados de sangre y aquella extraña barba, los atraía hacia él. Sentí sus ojos sobre mí, corrí e intenté olvidarme de aquella terrible escena, de esos bailes extraños que hacían esas tres personas que yo conocía mientras seguían al circo.
A la mañana siguiente nadie parecía recordar que el circo había pasado por el pueblo, y menos aún a esas personas que habían desaparecido misteriosamente del mismo. Solo yo sabía lo que había pasado, intenté olvidar, pretender que fue un sueño y lo logré. Pero su recuerdo volvió unos años después, cuando llegó un circo a la ciudad donde vivía, yo ya no era un niño, tenía 16 años y trabajaba como armero para un buen caballero.
La escena fue la misma, un Cirquero y sus tambores llamando a los habitantes a que vayan a la magnífica presentación del mejor circo, recuerdo que la piel se me heló al ver al mismo hombre, para él no habían pasado los años, la única diferencia era que su barba era más poblado, pero esos ojos… esos ojos me recordaron mi infancia y el terror que sentí.
Me aterroricé tanto que no fuí a ver al circo, pero cuando la función terminó una vez más me acerqué a ver como se iban y la escena me heló la sangre. Una niña, una mujer embarazada y un anciano eran los que bailaban al son de una música horrible, con movimientos que parecían poseídos por el mismo satanás que seguían a la caravana y allí estaba aquel diabólico ser, el Cirquero, que una vez más clavó sus ojos en mi, mientras reía estruendosamente.
Desde aquel día he seguido a la caravana por diferentes lugares, vi montañas y ríos, vi nieve y vi el mar, pero nunca volví a ver a las personas que iban desapareciendo de sus pueblos, ahora tengo 47 años, ya soy un anciano, siento que no me queda más vida para seguir al circo, he sido un cobarde por nunca detenerlos. Se acerca la noche y la caravana una vez más se va, esta vez me voy a acercar más. Miro detenidamente a ese extraño clan que conforma el circo, y ahí está la música, una niña, una mujer embarazada… pero falta el anciano pienso, y es ahí cuando siento el fétido aliento del Cirquero que me llama, ha llegado tu momento de unirte al circo de la muerte. Ahora soy yo el que sigue a la caravana, con movimientos extraños, atraído por canciones que solo pueden venir directamente del infierno, estoy maldito pienso, mientras me olvido del pueblo, de mi historia y de quien soy.



Cortesía de Chapetón Enrojado ®