5.01.2020

Relatos de cuarentena




MARCELINO

Me llamo Marcelino, y nunca me han gustado las ballenas. En realidad vivo bastante lejos del mar y jamás he conocido a una, pero me pareció importante mencionarlo.

Mi madre vivía en la casa del molinero, pero cuando iba a tenernos a mis hermanos y a mí, decidió que subir a la carreta y echarse sobre la paja era una buena idea, así que nacimos todos ahí, calientes, exigentes y amontonados. Habían pasado algunos días apenas de nuestro nacimiento, cuando el molinero empezó a llenar la carreta con costales de trigo molido para llevarlos al pueblo a vender, mamá se apresuró a bajar a todos de la carreta, pero no se apresuró lo suficiente, y cuando ésta echó a andar, yo aún estaba ahí.

Podía escuchar el traqueteo y apenas veía los árboles y el verde campo por una rendija. Cuando el movimiento cesó y el molinero empezó a descargar los granos, me vi expuesto ante unos grandes ojos grises que me miraron con curiosidad, Marcelino el panadero era el receptor de aquella mercancía y al parecer de su servidor también, siempre hemos sabido que los humanos no son muy listos, pero algunos además, carecen por completo de imaginación,  así que Marcelino el panadero me acogió y me llamó como él.

Vivíamos solos en la casita contigua a la panadería, sus padres habían muerto el invierno anterior de tuberculosis, él trabajaba desde el alba y yo descansaba a sus pies la mayor parte del tiempo como es debido, por la tarde cuando el sol ya no quema la cabeza ni las patas, saltaba al alfeizar de la ventana para observar a la gente pasar, y si la pereza me lo permitía, salía a rondar por ahí, todos en el pueblo me empezaron a conocer, algunos me saludaban desde lejos y otros me ofrecían algún que otro manjar para comer.

Un día llegó a la panadería Rebeca, la hija del sastre, y cuál fue la sorpresa de Marcelino al darse cuenta que ya no llevaba el cabello atado en trenzas a los lados y que el uniforme del colegio había dado paso a un femenino vestido de tarde con lindos volantes, a mí me pareció que hasta las pecas de su nariz habían desparecido, y un par de hoyuelos se hicieron ver en ambas mejillas cuando Rebeca no pudo evitar una sonrisa pícara al ver la cara de estupefacción del panadero, la verdad a mí me dio un poco de lástima su expresión, parecía un verdadero idiota, mas de lo normal que ya es decir mucho, y supe en ese momento que nuestra plácida y feliz vida de solteros había llegado a su fin.

Rebeca llegó al poco tiempo a llenar la casa de cosas, plantas, flores, olor a galletas y mucho ruido, pero debo reconocer que no estuvo tan mal, yo salía mucho por ahí y cuando regresaba siempre me recibía con leche fresca y muchos mimos de los que tenía que ser muy hábil para escapar. Tiempo después las cosas en serio cambiaron, un humano pequeño hizo acto de aparición, lloraba tanto que llegué a creer que ella le jalaba de la cola o algo así, pero fue solo por un tiempo, luego el humanito empezó a andar por ahí en cuatro patas y llegamos a divertirnos bastante, por cierto, a que adivinan como llamaron al pequeño, en efecto: Marcelino, como si no hubiera cualquier cantidad de nombres disponibles por ahí, ya se imaginaran las irrisorias confusiones que se han dado gracias a su falta de originalidad.

En fin, la familia creció y al poco tiempo llegó otro bebé, afortunadamente esta vez fue una niña a la que llamaron Lucero, un Marcelino más y me habría marchado definitivamente del pueblo.  Ahora los chicos han crecido pero no dejan de ser una familia ruidosa y feliz, yo por mi parte, ya no soy tan joven ni les tengo tanta paciencia, así que disfruto mucho el andar de aquí para allá, en calles, tiendas y comercios, y a veces corriendo por el campo y hasta viendo los peces en el riachuelo.

Ahora ha llegado la primer helada del año, el hielo es delgado y muy resbaladizo y la gente sale poco de sus casas, de las ventanas surge un olor a canela y galletas de jengibre y dentro el fuego arde en los hogares, aún así yo sigo paseando por calles y tejados y puedo ver dentro de las casas, saber lo que pasa en ellas y escuchar sus conversaciones, este tiempo de encierro durará una temporada, así que si no tienen algo mejor que hacer, pueden acompañarme a echar un vistazo, seguro que nos enteramos de algunas cosas que tal vez los van a sorprender…

RS