Todo empezó cuando las SS abandonaron el castillo-prisión de Itter en Austria como parte de un repliegue ordenado por el alto mando ante el imparable avance aliado. Sin sus vigilantes, los prisioneros salieron de las celdas y se armaron con el equipo que los alemanes habían dejado atrás.
Itter no era ningún campo de concentración, sino una cárcel
para reos tan selectos como el ex-primer ministro francés Paul Reynaud o el
tenista Jean Borotra, todos ellos encerrados por su oposición al régimen nazi.
Aunque por el momento eran libres, los exconvictos sabían que por el campo
rondaban destacamentos de las SS que se dedicaban realizar ejecuciones durante
la retirada, de modo que necesitaban fortificarse a la espera que llegaran los
aliados.
Mientras tanto los presos enviaron algunos mensajeros al
exterior para contactar con la resistencia austríaca, y fue uno de los
cocineros de la guarnición, el checo Andreas Krobot, quien logró reunirse con
un comando en el pueblo de Wörgl. Ese grupo lo puso en manos de un desertor
alemán, el mayor Josef Gangl, quien decidió llevarle a líneas americanas con la
esperanza de conseguir refuerzos para los defensores del castillo.
Acompañado de un destacamento de otros desertores, Gangl se
entregó a los americanos en un pueblo vecino, y logró convencerlos de que le
prestaran dos tanques sherman y 14 hombres para acudir al rescate del castillo.
Mandados por el teniente John Lee los soldados aliados dejaron un carro para
proteger un estratégico puente y llegaron al castillo al anochecer.
Una alianza atípica
Esa misma noche el castillo quedó rodeado por una fuerza de
150 fanáticos de las SS, que iniciaron el asalto la mañana del 5 de mayo.
Parece ser que el combate se produjo a la entrada del complejo, con los
defensores parapetados tras los árboles y apoyados por el fuego del sherman.
Este tanque mantuvo a los alemanes a raya durante un
tiempo, pero un proyectil perforante de un cañón antiaéreo lo voló por los
aires, ocasión que las SS aprovecharon para retomar su avance y empujar a los
defensores hasta el interior del recinto. Esa noche parecía que todo acabaría
al día siguiente, pero Borotra se ofreció a saltar el muro y llegar hasta
Wörgl, donde contaría a la resistencia lo desesperado de la situación.
Afortunadamente los americanos habían enviado a una segunda
fuerza mucho más numerosa en su ayuda, y tras encontrárselos por sorpresa
Borotra les guio hacia el castillo, donde llegaron por la tarde del día 6
dispersando a los alemanes.
La batalla fue célebre no solo por haber sido la única
donde alemanes y americanos lucharon codo con codo contra las SS, sino también
por haber sido el último combate de la guerra en Europa, pues solo dos días
después los nazis se rindieron poniendo fin al conflicto.
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