7.20.2023

JUEVES DE LA LUMBRE: CONSTANTINO XI PALEOLOGO

Constantino XI (1404 – 1453) es el emperador más recordado del Imperio Bizantino, sobre todo porque fue el último emperador del imperio, y participó en la lucha contra los otomanos durante la conquista de Constantinopla. Aunque reinó durante poco tiempo (tan sólo 4 años), su figura sigue siendo ensalzada por su valentía y se le sigue considerando un símbolo de la resistencia.

Su padre fue el emperador Manuel II y su madre, Helena Dragas. Era hermano del también emperador bizantino Juan VIII, de quien heredó el trono tras su muerte en 1449.

 


Mucho es lo que puede decirse del último representante de la dinastía de los Paleólogos, del último emperador bizantino, del último emperador romano. No era un emperador más, era un habitante del Peloponeso, un hombre nacido y educado en un ambiente de libertad, donde renacía el Helenismo, donde los intelectuales trataban de conseguir un espacio para la creación de un Estado que hiciera renacer de las cenizas el esplendor de Bizancio.

Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los griegos en la Morea, y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento y volver a la gloria. Posteriormente, siendo Déspota del Peloponeso, reconstruía el Hexamilion, maravillosa muralla que protegía toda la península, e incluso atravesándolo pudo someter al duque de Atenas, Nerio II Acciaiuoli, y hacerlo su vasallo.

Esa creación propia de los Paleólogo, la Morea griega donde renacía el Helenismo, era la patria real de Constantino, por la cual luchó y a la cual sirvió y extendió en territorio en plena época desfavorable, demostrando su enorme valor como soldado y conductor, y a la cual dejó solo al ser coronado emperador y viajar a la capital, a la cual venía a dar una dosis de valentía y sacrificio. Constantino advirtió a todo Occidente, sin ser escuchado, del peligro que para ellos representaba la expansión turca, escribió casi desesperadamente cartas y más cartas para los gobernantes occidentales, que eran su única débil esperanza de ayuda, pero éstos y el Papa estaban demasiado ocupados en pelear entre sí y en disputarse espacios de poder para lograr entender los mensajes que el emperador enviaba.

Una vez el asedio a Constantinopla era ya inminente, Constantino XI, cuyo imperio representaba el último bastión de la resistencia cristiana contra el empuje del Islám hacia Europa, pidió ayuda a los reinos europeos y preparó a la ciudad para la resistencia.

El Imperio Otomano, dirigido por Mehmet II, contaba con un ejército mucho mayor, además de haber realizado un bloqueo naval y de contar con la ayuda de un arma poderosísima: un cañón que necesitaba la fuerza de 200 hombres para ser transportado.

 


A pesar de la heroica resistencia que la ciudad llevó a cabo durante seis semanas, finalmente, el 29 de mayo de 1453, los turcos conseguían entrar en Constantinopla. Constantino XI, que previamente había rechazado un oferta de Mehmet II para entregar la ciudad a cambio de salvar la vida y convertirse en gobernador en Mistra, murió durante la batalla. Se cree que durante los momentos previos a su muerte, Constantino XI, decidió quitarse la ropa que le identificaba como emperador y mezclarse con los soldados para morir luchando. Su cuerpo muerto fue reconocido por las botas púrpuras que portaban los emperadores bizantinos.

Una vez fallecido y encontrado, los jefes otomanos decidieron colgar su cuerpo de la columna que lleva su nombre; y Mehmet II embalsamó su cabeza, conservándola como trofeo.

Constantino XI ha pasado a la historia por las condiciones de su muerte lo que le convirtieron en un símbolo de la lucha por la independencia de Grecia contra los turcos. Además, la Iglesia Ortodoxa le nombró santo.

Constantino fue la fuerza de los defensores, fue la moral alta y la virtud de sostener en pie su estandarte hasta el final, representó el honor y la creencia en la bondad de su Dios hasta el último momento. Fue guía de su pueblo y supo hacerse respetar de tal forma que todos trabajaran al máximo de sus esfuerzos para hacer las enormes tareas que el emperador requería.

Constantino XI Paleólogo, o Dragasés, como a él le gustaba que lo llamaran por el nombre de la familia servia de su madre, fue el emperador que pudo organizar una defensa coordinada de gentes que se odiaban entre sí, como los genoveses, los venecianos y los propios griegos, e hizo que todos pudieran luchar en armonía en base a su enorme personalidad que solía generar adhesiones incondicionales.

 

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