Buenos días mushashones, hoy los voy a dejar descansar de las cruzadas, pero para la siguiente semana no se salvan. Mientras disfruten este break con un post sifilítico.
Los investigadores del grupo de estudio de la sífilis reclutaron a 600 aparceros afroamericanos del condado de Acon, en Alabama, de los cuales 399 habían contraído la sífilis. Los médicos les informaron que iban a ser tratados de “mala sangre” de forma gratuita (un término local para referirse a enfermedades que incluían la sífilis, la anemia y la fatiga) y que, además, se les iba a proporcionar comida los días que fueran examinados en el hospital de la histórica Universidad de Tuskegee, entonces Instituto Tuskegee, que educaba a los jóvenes afroamericanos. También se les dijo que si morían el gobierno correría con los gastos del entierro, siempre y cuando aceptaran que les hicieran una autopsia. No es de extrañar que en las condiciones de extrema pobreza en que vivían estos hombres aceptaran sin pestañear. La realidad, de la cual nunca les informaron, es que les iban a dejar morir de sífilis para entender la evolución en todas sus fases de la enfermedad entre los afroamericanos.
Ni los diferentes investigadores que tomaron parte en
distintas fases del experimento (entre los que se contaba la enfermera
afroamericana Eunice Rivers, que participó desde el principio hasta su
cancelación) ni las organizaciones gubernamentales que lo financiaron (el
Departamento de Sanidad y el famoso Centro de Control de Enfermedades, CDC) se
plantearon dilema ético alguno.
En 1947, la penicilina se había convertido en el principal
tratamiento para la sífilis. Antes de este descubrimiento, la sífilis
frecuentemente conducía a una enfermedad crónica, dolorosa y con fallo
multiorgánico. En vez de tratar a los sujetos del estudio con penicilina y
concluirlo o establecer un grupo control para estudiar el fármaco, los
científicos del experimento Tuskegee ocultaron la información sobre la
penicilina para continuar estudiando cómo la enfermedad se diseminaba y acababa
provocando la muerte. También se advirtió a los sujetos que evitaran el
tratamiento con penicilina, que ya estaba siendo utilizada con otros enfermos
del lugar. El estudio continuó hasta 1972 cuando una filtración a la prensa
causó su fin. Para entonces, de los 399 participantes 28 habían muerto de
sífilis y otros 100 de complicaciones médicas relacionadas. Además, 40 mujeres
de los sujetos resultaron infectadas y 19 niños contrajeron la enfermedad al
nacer.
La denuncia
En 1966 un epidemiólogo y trabajador social, Peter Buxtun,
redactó una protesta formal por la falta de ética de este experimento, pero el
CDC reafirmó la necesidad de continuarlo; para dar más peso a su decisión
recabó el apoyo de las secciones locales de la National Medical Association
(organización que aglutina a la mayoría de los médicos afroamericanos) y la
American Medical Association. Dos años más tarde volvió a elevar una queja
formal, que fue desestimada por irrelevante. Cansado, a mediados de 1972 filtró
la noticia al Washington Star y a primeros de julio la noticia se convirtió en
portada de todos los medios de comunicación. Así terminó el estudio científico.
El juicio celebrado en 1974 condenó al gobierno a pagar 10 millones de dólares
a los supervivientes y las familias de los fallecidos.
El caso guatemalteco
Pero la falta absoluta de empatía de los responsables
médicos de la sección de enfermedades venéreas del sistema de salud
norteamericano no se detuvo aquí. Entre 1946 y 1948, en colaboración con altos
cargos guatemaltecos, infectaron deliberadamente de sífilis a 1 500 personas
entre soldados, reclusos y pacientes de los psiquiátricos de ese país
centroamericano. Para ello usaron prostitutas ya contagiadas e inyecciones
directas del patógeno. El estudio, cuyo objetivo era establecer la efectividad
de la penicilina como tratamiento, estuvo bajo la dirección de John C. Cutler,
un médico que había intervenido en el estudio de Tuskegee, y contaba con la
aprobación del Consejero Nacional de Sanidad del gobierno estadounidense.
Si en el caso de Tuskegee los médicos no tuvieron conciencia de estar realizando algo moralmente reprobable, aquí los médicos implicados sí eran conscientes de ello, pues lo mantuvieron en secreto y jamás publicaron los resultados. Todo el asunto se destapó en 2005 cuando la profesora del Wellesley College Susan Mokotoff Reverby encontró entre los archivos privados del recientemente fallecido Cutler numerosos documentos relativos a este ruin experimento. En 2010 el presidente estadounidense hizo un acto de contrición pública al pedir perdón al gobierno guatemalteco, pero a día de hoy no ha compensado económicamente a los superviventes.
Sacado de muy interesante punto es.