Los asedios prolongados a ciudades casi siempre dieron lugar a situaciones límite de hambre y epidemias que terminaron diezmando a la población -a veces, también a los sitiadores- y generando comportamientos extremos motivados por la necesidad.
Uno de los comportamientos más execrables, por su condición
de tabú ancestral para el Hombre, es el recurso al canibalismo, y uno que causó
una gran impresión fue el que tuvo lugar en la Batalla de Suiyang, China,
durante la Rebelión de An Lushan.
Esta insurrección tuvo lugar en la segunda mitad del siglo
VIII, en la época de la dinastía Tang. Los Tang habían sucedido a los Sui y
otorgaron a China un período de esplendor; expansión de las fronteras,
introducción de arqueros a caballo en el ejército, adopción oficial del
budismo, desarrollo de la imprenta…
Una edad de oro de la literartura y las artes, y el
desarrollo de un eficiente funcionariado público fueron algunas de las
características de la dinastía Tang -especialmente de su mejor representante,
el emperador Li Shi Min, también conocido como Taizong- que favorecieron el
enriquecimiento del pueblo y un extraordinario incremento de su nivel de vida.
Pero tras el auge suele venir la decadencia y ésta se
presentó a mediados del citado siglo en forma de declive militar e
inestabilidad económica. Los caudillos locales aprovecharon el empobrecimiento
general para concentrar las tierras en sus manos y acrecentar progresivamente
su poder en detrimento del central hasta que uno de ellos se consideró lo
suficientemente fuerte como para encabezar un golpe de estado apoyado por la
corte, aprovechando la derrota del ejército imperial ante los árabes en la
Batalla de Talas y la consiguiente abdicación de Xuanzong en su hijo Suzong.
Se trataba de An Lushan, un gobernador de ascendencia
sogdiana y turca que se autoproclamó emperador en el año 756 y conquistó la
capital oriental, Chang’an, fundando la dinastía Yan. Estando en plena cima del
poder, en enero del año 757 fue asesinado por su propio hijo, An Qingxu.
Pero el parricida no llevó a cabo el crimen por lealtad a
los Tang sino por ocupar el lugar de su padre frente a ellos, así que continuó
la lucha ordenando al general Yin Ziqi poner sitio a la ciudad de Suiyang, que
era la pieza clave para dominar toda la región al sur del río Yangtsé.
Un colosal ejército de ciento treinta mil hombres,
resultado de juntar los contingentes de Ziqi y de otro militar rebelde llamado
Yang Chaozong, rodeó la urbe. Consciente de su apurada situación, el
gobernador, Xu Yuan, pidió ayuda al general Zhang Xun, muy prestigioso por su
participación en la Batalla de Yongqiu y que accedió a enviársela; aún así sólo
fue posible reunir siete mil efectivos. Xun se encargó de organizar la defensa
mientras Yuan, un administrador, se ocupó de la intendencia.
El ejército Yan rodeó Suiyang y se encontró con una dura
resistencia en la que descollaban las inusuales tácticas ideadas por Xun, como
hacer sonar los tambores de noche para simular ataques y obligar a los
sitiadores a estar constantemente en guardia, interrumpiendo su sueño.
Al cabo de un tiempo, los soldados Yan terminaron por
confiarse e ignorar los redobles, momento que aprovecharon los de dentro para
salir en una incursión devastadora. No obstante, el número abrumador de enemigos
rebajaba la efectividad de esas acciones, por lo que Xun planeó matar a Yin
Ziqi para dar un golpe que verdaderamente afectara a su moral.
Dado que no era fácil reconocerle desde las murallas,
ordenó a sus arqueros disparar matojos en vez de flechas; los sitiadores,
extrañados, corrieron a enseñarle a su general aquellos insólitos e inofensivos
proyectiles, delatando su posición y provocando, sin pretenderlo, su
identificación por los arqueros, que dispararon sobre él y esta vez con
flechas. Una hizo blanco en su ojo izquierdo, dejándole fuera de combate por un
tiempo.
Esos osados golpes y lo infructuoso de los ataques, que le
hizo perder veinte mil hombres en apenas dos semanas, afectaron ciertamente el
ánimo del ejército Yan, que tuvo que retirarse para descansar. Eso sí, regresó
dos meses después y con nuevos efectivos para cubrir las bajas.
Tampoco Xu Yuang se había quedado inactivo y empezó a
solicitar ayuda a las provincias de los alrededores con el objetivo de reunir
provisiones con las que poder resistir un año. Sin embargo, los gobernadores se
mostraron reacios a colaborar, bien porque simpatizasen con los rebeldes -que
solían otorgarles un trato bastante bueno y mantenerles en sus puestos si se
rendían-, bien por temor a ellos -cuando se resistían la cosa cambiaba
radicalmente- o bien por celos de Zhang Xun, de manera que cuando Suiyang
volvió a quedar sitiada no había conseguido víveres.
De hecho, al llegar el verano la escasez fue tan grande que
las raciones diarias se redujeron a una pequeña taza de arroz mezclado con
hojas de té, corteza y papel que sólo podía complementarse comiendo hierbas,
raíces y todo animal disponible: primero los ya innecesarios caballos, luego
otros menores -aves, ratas- y finalmente hasta los insectos.
Enterado de la dramática situación en la ciudad, Yan Ziqi ordenó ataques directos, algunos encaminados a derribar las murallas y hasta arrancar las puertas enganchándolas a carros, pero todos fueron rechazados.
Al cabo de un mes se agotaron los singulares complementos
dietéticos mencionados y hubo que mandar emisarios que, rompiendo el cerco,
pidieran ayuda militar y alimentaria a otros sitios.
Se cuenta que uno de dichos enviados, el heroico oficial
Nan Jiyun, consiguió llegar a Linhuai pero el gobernador no se mostró muy
colaborador, aunque a él le ofreció un banquete; indignado, Jiyun rechazó la
invitación y se cortó un dedo para dejárselo como demostración de su fallida
misión (según otra versión, se lo mordió). Ese acto hizo cambiar de opinión al
gobernador, que accedió a que se llevara tres mil guerreros.
Sin embargo, sólo un tercio logró burlar el cerco y entrar
en Suiyang. Por otra parte, aquellos refuerzos venían bien para cubrir bajas
pero no sólo no solucionaban el acuciante problema de la comida sino que lo
agravaban porque eran mil bocas más que alimentar; pero los defensores de la
ciudad confiaban en que el emperador les enviaría ayuda, dado que la caída de
la urbe supondría una catástrofe estratégica.
Fue entonces, ante la carencia absoluta de algo que
llevarse a la boca, cuando las crónicas chinas reseñan el recurso al
canibalismo. «Los habitantes entregaron a sus hijos para comer y cocinaron los
cadáveres (…) Zhang Xun Sacó a su concubina y la mató delante de sus soldados
para alimentarlos» cuentan los libros de Tang, ordenándoles que comieran su
carne ante su reticencia, para más tarde hacer lo mismo con sus sirvientes y
seguir así con los que no eran combatientes, como los ancianos, las mujeres y
los niños.
Es difícil verificar las cifras y condiciones que cita el
susodicho libro, que habla de veinte a treinta mil personas devoradas pues
buena parte de ellas seguramente corresponderían a los caídos en la lucha o los
muertos por causas diversas. Lo verdaderamente sorprendente es que, al parecer,
todos aceptaron la terrible iniciativa como un mal necesario, sin rechistar ni
intentar organizar algún motín en favor de la rendición.
El caso es que Suiyang cayó finalmente en octubre de ese
año y cuando el ejército Yan entró únicamente quedaban cuatrocientos
defensores, todos desfallecidos, sin fuerzas ya para hacerles frente. Yin Ziqi,
que admiraba el valor demostrado por Xu Yuan y Zhang Xun, intentó convencerles
para que se unieran a su bando pero ante la rotunda negativa recibida terminó
ejecutándolos junto a sus oficiales.
Con aquella victoria los rebeldes se adueñaron del sur de
China durante dos años pero, entretanto, el tiempo ganado por la resistencia de
Suiyang y el privarles de auxilio permitió al emperador Suzong contar con
recursos para reunir tropas hasta alcanzar un número de ellas suficiente para
hacerles frente y contraatacar. Así, cambió la hasta entonces victoriosa marcha
de la rebelión Yan y la aplastó definitivamente en el año 763.
Sacado de la brujula verde punto com