Recuerde las veces en que le ha tocado conducir en condiciones de baja visibilidad y con la luna delantera de su coche sometida a lluvia a discreción. Si en esos momentos agradeció que su automóvil dispusiera de un regulador de la frecuencia de los limpiaparabrisas que le ahorrara el agotador e innecesario peinado continuo, se lo debe a Robert Kearns.
Si, por el contrario, no cree que ese invento tenga nada de
extraordinario, dará la razón a las compañías automovilísticas con las que
Kearns batalló toda su vida para que le reconocieran la patente.
Antes de la cruzada que proporcionó un sentido a su
existencia, Kearns había sido agente de la CIA. Tras obtener diversos títulos
en Ingeniería y trabajar como inspector de la construcción en Detroit, llegó el
hallazgo que le llevó a la fama. El impacto del corcho de la botella de champán
de su noche de bodas le preparó convenientemente para el gran momento
lesionándole un ojo de por vida.
Un día en que Robert exprimía su maltrecha vista para
atisbar la carretera en una situación como la arriba descrita le sobrevino la
idea de diseñar un mecanismo que regulara la velocidad del limpiaparabrisas.
Después de años de investigación, en 1967 obtuvo la patente y se dispuso a
vender su invento. Ford y Chrysler lo rechazaron, pero al poco tiempo empezaron
a producir modelos que lo incorporaban. Así, a partir de 1978, el creador
despechado las llevó a los tribunales.
La Ford intentó eludir el juicio ofreciendo un arreglo
económico de 30 millones de dólares que habría satisfecho al más celoso
guardián de los derechos de autor, pero Kearns lo rechazó y siguió adelante. La
empresa alegaba que, después de todo, el sistema de Kearns no introducía ningún
elemento teórico nuevo, a lo que el inventor replicaba que era la combinación de
ingredientes ya conocidos lo que hacía excepcional su hallazgo.
Violación de la patente
En 1990, un jurado dictó que Ford había violado
involuntariamente la patente pero, incluso tras un trato ventajoso, Kearns sólo
obtuvo la tercera parte de lo que le habría reportado el arreglo inicial. La
victoria sobre la Chrysler le embolsó 19 millones más.
Pero Kearns nunca estuvo satisfecho. "No creo que mi
objetivo fuera conseguir una gran suma", dijo al conocer la sentencia
contra Ford. Su misión era "defender el sistema de patentes" y para
demostrarlo tardó años en recoger la indemnización que le había sacado a
Chrysler.
Ahora defendiéndose a sí mismo, empeñó su fortuna en nuevas
demandas contra General Motors y otras 26 compañías. Exigía que se prohibiera a
todas incluir en sus vehículos el limpiaparabrisas que había inventado. El juez
Avern Cohen, que tramitó cinco de los sumarios, cree que Kearns pretendía
monopolizar el suministro del artilugio y que "su empeño terminó
apoderándose de su buen juicio". Martin Adelman, un perito consultado en
los juicios, comenta que «fue una pena. Le ofrecieron una cantidad enorme de
dinero y la dejó escapar. Su ensueño desmedido fue su perdición».
La hija del fallecido lo ve de otra manera: "Esta
batalla fue su vida. Y disfrutaba con ella". Y eso que, en los últimos
años, ella tuvo que desempañar a menudo el parabrisas de la memoria de Robert,
quien, afectado de Alzheimer, no recordaba haberse enfrentado a los gigantes
del automóvil.
Sacado de el mundo punto es.