11.27.2023

LUNES DE TRAGAZON: PEPSI POTENCIA NAVAL

En el verano de 1959 la relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética atravesaba ese prolongado y conocido periodo de tensión que en pocos años pondría el planeta al borde del abismo en la crisis de los misiles. Con todo, en aquel último estío de los 50 tanto el presidente Dwight Eisenhower como el primer ministro Nikita Jrushchov apostaban por una cierto "deshielo" que facilitara la "coexistencia pacífica", según los términos utilizados entonces.

 


El resultado más insólito de esa apuesta común por la distensión fue el establecimiento de la Pepsi en la URSS a cambio de 17 submarinos, más un crucero, una fragata y un destructor a precio de ganga. El acuerdo se demoró 13 años, es decir hasta 1972, ya con Brézhnev y Nixon como líderes. Y fue un milagro que la negociación prosperase después de que los soviéticos derribaran un avión espía U2 de Estados Unidos en 1960, así como del intento de invasión de Cuba por EE.UU. en 1961 y de la fatídica crisis de los misiles en 1962.

La alianza se gestó de forma aparentemente fortuita, sin duda gracias a los buenos reflejos del despierto y perseverante  ejecutivo de la compañía, Donald Kendall. Un tipo tan astuto como temible a quien se atribuiría el plan para derrocar a Salvador Allende como presidente de Chile.

La extraña situación se organizó en concreto el 24 de julio de 1959, durante la Exhibición Nacional Americana que el Gobierno estadounidense organizó en el parque Sokólniki de Moscú como parte de su amistosa ofensiva comercial en casa del enemigo. Eisenhower envió como representante al entonces vicepresidente Richard Nixon, a quien Jrushchov recibió con toda cortesía.

En un momento de la recepción, Kendall vio que el mandatario soviético sudaba. Y allá que acudió expedito para ofrecerle un vasito de Pepsi. Fue un bombazo. O al menos un chispazo que para sí hubiera querido la Coca-cola. La foto de Jrushchov dando un trago de una de las bebidas emblemáticas del imperio yanqui -lo que hizo ante la atenta mirada del vicepresidente Nixon y el presidente soviético Kliment Voroshilov- dio la vuelta al gélido planeta al tiempo que marcaba el inicio de tan atípica amistad.

 


Cuando el acuerdo para la instalación de la Pepsi en territorio soviético salió por fin adelante, casi con catorce años de retraso, se planteó el problema del cambio entre dólares y rublos a causa de las restricciones de la URSS sobre la circulación internacional de su moneda. ¿Solución? Un trueque.

A cambio de montar en la URSS una decena de fábricas de Pepsi -que acabarían siendo veinte-, la compañía obtuvo los derechos de comercialización del célebre vodka ruso Stolichnaya en territorio estadounidense. Las partes pactaron un intercambio de producción y distribución igualitario: un litro de la bebida gaseosa americana por cada litro de bebida alcohólica rusa.

 

La primera planta se construyó en Novosibirsk. Kendall aseguró que se trataba de "la mejor y más moderna factoría de Pepsi del mundo”. El éxito fue arrollador. Legiones de soviéticos visitaban Novosibirsk tanto para pasar unas vacaciones en el Mar Negro como para echarse unos tragos de Pepsi, aseguran las crónicas de la época. Moscú, Leningrado, Kiev, Taskent, Tallin, Almatý y Sujumi fueron los siguientes emplazamientos del maná carbonatado.

Con la crisis económica de la URSS en los años 80, la capacidad productiva de vodka disminuyó hasta el punto de impedir el cumplimiento del acuerdo comercial paritario. A las dificultades de oferta se habrían sumado, según algunas fuentes, unas mayores reticencias de los americanos a consumir productos soviéticos trans la intervención de la URSS en Afganistán (emprendida en  1979 y que finalizó en 1989). Además, el acuerdo comercial iba a expirar, justo en 1989. Pero en Moscú querían renovar la relación y así no decepcionar (más) a su gente.

 


Fue entonces cuando en Moscú tuvieron la idea de ofrecer a la Pepsi 17 submarinos de su armada, por sólo 150.000 dólares cada uno (menos de 3 millones en total), más un crucero, una fragata y un destructor. La multinacional aceptó, y al poco tiempo vendió la flotilla a una empresa sueca bajo condición de que la convirtiera en chatarra. Lo cual no impidió que, en el ínterin, Pepsi se convirtiera en una señora potencia militar. Kendall bromeó al respecto ante el asesor de seguridad nacional de EE.UU., Brent Scowcroft. Le dijo: "Estamos desarmando a la Unión Soviética más rápido que ustedes". En la transacción, la compañía estadounidense obtuvo 300 millones de dólares.

La entrada de la Pepsi en la URSS fue un refrescante anticipo de la caída del telón de acero. Y, con ella, del retorno del capitalismo a la gran madre Rusia, asimismo anticipado por el que fue el primer anuncio pagado por la televisión pública soviética: un videoclip publicitario de la bebida protagonizado por Mikel Jackson. Música, burbujas y buen rollo para vencer al adversario en esos otros frentes de la emoción, la cultura, los sentidos... y el consumismo.

 

Sacado de la vanguardia punto com.