En el verano de 1959 la relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética atravesaba ese prolongado y conocido periodo de tensión que en pocos años pondría el planeta al borde del abismo en la crisis de los misiles. Con todo, en aquel último estío de los 50 tanto el presidente Dwight Eisenhower como el primer ministro Nikita Jrushchov apostaban por una cierto "deshielo" que facilitara la "coexistencia pacífica", según los términos utilizados entonces.
El resultado más insólito de esa apuesta común por la
distensión fue el establecimiento de la Pepsi en la URSS a cambio de 17
submarinos, más un crucero, una fragata y un destructor a precio de ganga. El
acuerdo se demoró 13 años, es decir hasta 1972, ya con Brézhnev y Nixon como
líderes. Y fue un milagro que la negociación prosperase después de que los
soviéticos derribaran un avión espía U2 de Estados Unidos en 1960, así como del
intento de invasión de Cuba por EE.UU. en 1961 y de la fatídica crisis de los
misiles en 1962.
La alianza se gestó de forma aparentemente fortuita, sin
duda gracias a los buenos reflejos del despierto y perseverante ejecutivo de la compañía, Donald Kendall. Un
tipo tan astuto como temible a quien se atribuiría el plan para derrocar a
Salvador Allende como presidente de Chile.
La extraña situación se organizó en concreto el 24 de julio de 1959, durante la Exhibición Nacional Americana que el Gobierno estadounidense organizó en el parque Sokólniki de Moscú como parte de su amistosa ofensiva comercial en casa del enemigo. Eisenhower envió como representante al entonces vicepresidente Richard Nixon, a quien Jrushchov recibió con toda cortesía.
En un momento de la recepción, Kendall vio que el
mandatario soviético sudaba. Y allá que acudió expedito para ofrecerle un
vasito de Pepsi. Fue un bombazo. O al menos un chispazo que para sí hubiera
querido la Coca-cola. La foto de Jrushchov dando un trago de una de las bebidas
emblemáticas del imperio yanqui -lo que hizo ante la atenta mirada del
vicepresidente Nixon y el presidente soviético Kliment Voroshilov- dio la vuelta
al gélido planeta al tiempo que marcaba el inicio de tan atípica amistad.
Cuando el acuerdo para la instalación de la Pepsi en
territorio soviético salió por fin adelante, casi con catorce años de retraso,
se planteó el problema del cambio entre dólares y rublos a causa de las
restricciones de la URSS sobre la circulación internacional de su moneda.
¿Solución? Un trueque.
A cambio de montar en la URSS una decena de fábricas de
Pepsi -que acabarían siendo veinte-, la compañía obtuvo los derechos de comercialización
del célebre vodka ruso Stolichnaya en territorio estadounidense. Las partes
pactaron un intercambio de producción y distribución igualitario: un litro de
la bebida gaseosa americana por cada litro de bebida alcohólica rusa.
La primera planta se construyó en Novosibirsk. Kendall
aseguró que se trataba de "la mejor y más moderna factoría de Pepsi del
mundo”. El éxito fue arrollador. Legiones de soviéticos visitaban Novosibirsk
tanto para pasar unas vacaciones en el Mar Negro como para echarse unos tragos
de Pepsi, aseguran las crónicas de la época. Moscú, Leningrado, Kiev, Taskent,
Tallin, Almatý y Sujumi fueron los siguientes emplazamientos del maná
carbonatado.
Con la crisis económica de la URSS en los años 80, la
capacidad productiva de vodka disminuyó hasta el punto de impedir el
cumplimiento del acuerdo comercial paritario. A las dificultades de oferta se
habrían sumado, según algunas fuentes, unas mayores reticencias de los
americanos a consumir productos soviéticos trans la intervención de la URSS en
Afganistán (emprendida en 1979 y que
finalizó en 1989). Además, el acuerdo comercial iba a expirar, justo en 1989.
Pero en Moscú querían renovar la relación y así no decepcionar (más) a su
gente.
Fue entonces cuando en Moscú tuvieron la idea de ofrecer a
la Pepsi 17 submarinos de su armada, por sólo 150.000 dólares cada uno (menos
de 3 millones en total), más un crucero, una fragata y un destructor. La
multinacional aceptó, y al poco tiempo vendió la flotilla a una empresa sueca
bajo condición de que la convirtiera en chatarra. Lo cual no impidió que, en el
ínterin, Pepsi se convirtiera en una señora potencia militar. Kendall bromeó al
respecto ante el asesor de seguridad nacional de EE.UU., Brent Scowcroft. Le
dijo: "Estamos desarmando a la Unión Soviética más rápido que
ustedes". En la transacción, la compañía estadounidense obtuvo 300
millones de dólares.
La entrada de la Pepsi en la URSS fue un refrescante
anticipo de la caída del telón de acero. Y, con ella, del retorno del
capitalismo a la gran madre Rusia, asimismo anticipado por el que fue el primer
anuncio pagado por la televisión pública soviética: un videoclip publicitario
de la bebida protagonizado por Mikel Jackson. Música, burbujas y buen rollo
para vencer al adversario en esos otros frentes de la emoción, la cultura, los
sentidos... y el consumismo.
Sacado de la vanguardia punto com.