Mayo del año 1930. La esposa de Peter Kürten pensó que su marido le estaba gastando una pesada broma cuando, mientras estaban sentados en el salón de su casa, éste le confesó que era la personificación del mal, la "Bestia de Dusseldorf". La mujer amagó con levantarse con una sonrisa en los labios, pero Peter la contuvo con un ademán de su mano y continuó con su historia. Erguido, serio y con las amarillentas mejillas maquilladas, Peter contó a su esposa el inmenso placer que le proporcionaba (prácticamente desde el año 1913) el hecho de apuñalar con un cuchillo o unas tijeras o apretar con sus manos desnudas las gargantas de mujeres jóvenes. Incluso se ha llegado a decir que Kürten pidió a su esposa que lo entregase ella misma a la policía para así poder cobrar la recompensa que se ofrecía por él.
Una infancia desgraciada
Nacido el 26 de mayo de 1883 en Mulheim, Peter Kürten era
el tercero de trece hermanos. Al igual que éstos, Peter no fue bien recibido
por sus padres. Su familia vivía en la miseria más absoluta y cada día era un
desafío contra el hambre. En medio de la violencia física y psicológica, Peter
vio como su padre, un alcohólico, daba palizas a su madre y no dudaba en abusar
de sus hermanas. Con sólo nueve años, el niño decidió escapar de su casa de
Düsseldorf, donde la familia se había mudado, para huir del dolor, la tristeza
y la violencia extrema que habían convertido su vida en algo insoportable.
Aunque sabía que lo que sucedía en su casa no era normal, en su interior fue
arraigando un sentimiento que parecía empujar al joven hacia una vida marcada
por la delincuencia y la violencia. Parece ser que al poco tiempo de abandonar
su hogar asesinó a dos amigos ahogándolos en el río (aunque se carecen de
registros policiales que puedan corroborar estos hechos). Tuvieron que
transcurrir algunos años más para que Peter volviera a matar.
El 25 de mayo de 1913, Peter Kürten, un hombre de treinta
años, vivía de lo que robaba. Un día, estaba vigilando una casa presuntamente
vacía para entrar a robar. Pero cuando entró para desvalijarla, se dio cuenta
que en su interior se encontraba una niña de trece años llamada Khristine
Klein, que estaba durmiendo en su habitación. Tras comprobar que no había nadie
más en la casa, la estranguló y degolló. En palabras del propio asesino:
"Entre en una casa de Wolfstrasse, cuyo inquilino erra de apellido Klein,
fui hasta la primera planta. Abrí varias puertas y no encontré nada digno de
robar, pero en la cama vi a una muchacha durmiendo de aproximadamente diez años
cubierta con una cobija gruesa de plumas. Tenía un pequeño cuchillo en el
bolsillo con el cual corté su garganta. Oí los chorros y el goteo de la sangre
en la estera al lado de la cama…". El padre de la niña, Peter Klein, fue
acusado del asesinato de su propia hija ya que Kürten (quien ya desde un primer
momento mostró señales inequívocas de un trastorno narcisista) dejó en la
escena del crimen un pañuelo con sus iniciales, PK, que casualmente coincidían
con las del padre.
El ego desmesurado del asesino
Dos meses después, Kürten encontró a su siguiente víctima.
En un nuevo asalto domiciliario, el asesino se topó con la joven Gertrud
Franken, de 17 años, a la que estranguló con sus propias manos. Aquel fue el punto
de inflexión que marcaría el inicio de una serie de asesinatos que
aterrorizarían a la ciudad de Düsseldorf. Kürten (que anteriormente había
disfrutado matando y torturando animales) empezó a asesinar seres humanos. Las
siguientes víctimas serían dos hermanas a las que mutiló, y a partir de
entonces dio un paso más en su locura criminal: empezó a beber la sangre de sus
víctimas.
Entre los meses de febrero y noviembre de 1929, Kürten, con
el ego desatado(algo muy habitual entre los asesinos en serie), empezó a poner
en jaque a la policía, burlándose de ella. En su afán por reafirmar su
superioridad frente a los agentes, Kürten les envió un mapa donde indicaba el
lugar en el que había arrojado el cadáver de una niña llamada Gertrude
Albermann. En aquellos momentos, las comisarías alemanas se encontraban
colapsadas por la enorme cantidad de denuncias que llegaban con los nombres de
posibles sospechosos.
Pero en 1930, un error fatal conduciría al brutal asesino
ante un tribunal. Kürten se había fijado en María Büdleick una joven de veinte
años que acaba de bajar del tren justamente en la estación de la ciudad donde
él "actuaba". Irónicamente, Kürten salvó a Büdleick de un acosador
que la estaba molestando y se ofreció a acompañarla hasta la residencia de estudiantes.
Sin embargo, Kürten se las ingenió para llevarla hasta su casa, donde se
insinuó a la joven y fue rechazado. Kürten entonces se ofreció a llevarla, esta
vez sí, hasta la residencia de estudiantes, pero, en lugar de eso, la condujo
hasta un bosque a las afueras de la ciudad, donde la violó y la estranguló,
dándola por muerta. La fortuna acompañó a la joven, que sobrevivió a la
agresión y acudió a la policía a denunciar los hechos. Pocos días después,
Kürten era detenido.
El cazador cazado
Los interrogatorios dieron a Kürten la oportunidad de
satisfacer de nuevo su enorme ego. Durante las sesiones, confesó alrededor de
setenta actos criminales entre los que se incluían agresiones sexuales,
asesinatos y actos de piromanía. Decía que a veces prendía fuego a edificios
abandonados "con la esperanza de ver salir ardiendo del interior a
vagabundos que pernoctasen dentro". Entre sus fetiches se encontraba la
sangre: decía que le proporcionaba un gran placer estar en contacto con ella y
que a veces la bebía. Este trastorno se denomina hematodipsia o vampirismo
clínico, y ha sido frecuente diagnosticado en otros personajes históricos y
asesinos en serie como la condesa húngara del siglo XVI Elizabeth Bathory.
Tras escuchar las terribles declaraciones del acusado, el
jurado no dudó en condenarlo a muerte al considerarlo culpable de nueve
asesinatos. Kürten no protestó ni intentó apelar, aceptando la pena en
silencio. Su ejecución por guillotina se fijo para el 2 de julio de 1931, en
Colonia. Su estado de enajenación mental y el grado de trastorno del personaje
quedó en evidencia tras sus últimas palabras antes de morir. Visiblemente
intrigado preguntó a su verdugo: "¿Después de que me cortéis la cabeza…
podré oír como brota la sangre de mi cuello?".
Todos los psiquiatras del país se mostraron muy intrigados
con el caso, y el análisis clínico de las actividades del que fue bautizado
como el "vampiro de Düsseldorf" servirían para poner las bases de
numerosos estudios en el campo de la psiquiatría que tenían el objetivo de
explicar la psicología de un asesino en serie y elaborar diversos perfiles
criminales. Los psiquiatras, profundamente intrigados por la psicopatía y la
anatomía del cerebro de Kürten, no dudaron en solicitar a las autoridades la
cabeza cercenada del asesino para estudiar su cerebro, a lo que la justicia
alemana no puso inconvenientes. A día de hoy, la cabeza del "vampiro de
Düsseldorf se exhibe en el Museo Ripley's de Wisconsin Dells, en Estados
Unidos, como una curiosidad histórica, dentro de una caja de cristal. Un cartel
explica su caso a todos aquellos interesados en su vida y en su perfil
criminal.
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