5.02.2024

JUEVES DE LA LUMBRE: JOHN CANDY

Era una de las caras más risueñas del cine, de esas que no se olvidan. Su carrera como actor prometía llegar muy lejos, pero su precipitada muerte a los 43 años de un infarto impidió que así fuera. La vida de John Candy fue corta a la par que intensa, dejando títulos inolvidables para el espectador como Splash, Mi pobre angelito o JFK, por citar algunos. Con él las risas estaban garantizadas, tanto en la ficción, como en la vida real, por esa gracia tan única que desprendía. Desafortunadamente, no todo fueron risas para él y detrás de esa gran comedia que representaba, Candy vivió momentos de verdadero dolor y angustia que concluyeron con este triste desenlace.

 


Cuando uno recuerda a John Candy, lo primero que te viene a la cabeza es su pícara sonrisa. Ese hombre grandulón te hacía sentir cercano a él sin conocerle. Sus personajes ayudaron mucho a eso, pero también su manera de mostrarse en público, sencillo y sin los aires de grandeza que con frecuencia transmite el pedestal hollywoodense. Hasta tal punto era querido, que durante su entierro cerraron la calle para su paseo fúnebre.

 

“La policía de Los Ángeles paró el tráfico y lo escoltó. Cuando siento que dejo de dar importancia a mi padre ante la gente, pienso en esto que pasó. Eso solo lo hacen para los presidentes”, recordó emocionado su hijo Chris Candy en una entrevista a The Hollywood Reporter.

Pero, en medio de tantas luces, la estrella divertida y alegre que siempre veíamos, escondía también sus sombras. Y, aunque siempre prefirió llevarlas en privado, fue inevitable que no se conocieran por ser una personalidad tan pública.

También por su aspecto físico. Aunque causara mucha gracia su imagen de gordiflón amoroso y esta le abriera las puertas a jugosos personajes, detrás de esa imagen había un problema muy serio. Algo que sus hijos definieron como una “batalla" a la que tuvo que hacer frente durante casi toda su vida. Quienes pensasen que su sobrepeso no le causaba dolor ni suponía un obstáculo en su trayectoria, se equivocaban. “Él siempre trabajó en el tema de su peso y su salud. Creció con un problema de corazón. Su padre tuvo un ataque al corazón, su hermano también. Estaba en la familia. Así que él tuvo entrenadores y hacía cualquier dieta necesaria. Hizo lo que pudo”, expresó su hijo Chris a THR.

Su relación con la comida no era un tema que abordase frecuentemente con los demás, pero sí hubo alguien que le tendió una mano y con quien se abrió especialmente, su compañero y amigo Carl Reiner, quien lo dirigió en la película Summer Rental. Detrás de las cenas y reuniones de amigos en las que cocinaba para ellos y rodaban los platos de comida por todos lados, había algo más que la alegría de celebrar con los suyos. Apoyado por Reiner, Candy aceptó ingresar en la clínica Pritikin Institute, en Santa Mónica, en 1984, tal y como informó People. Regresó como nuevo y con 34 kilos menos. A partir de ahí, contrató a un entrenador personal y, entre sus rutinas estaba la de correr, salir en bicicleta y nadar.

Pero esa luna de miel con este estado de bienestar solía durar poco. Como en otras ocasiones pasadas, retomó sus malos hábitos. “Por un tiempo comía bien, pero luego decía, ‘vamos a por un cubo de camarones’. No podía resistirse”, reconoció Reiner a la revista norteamericana. Un intento de los muchos fallidos que, sumado a otros aspectos tampoco demasiado saludables de su vida, le pasaron factura a su cuerpo a tan temprana edad.

El fumar un paquete de cigarrillos diario y su romance con las drogas durante una etapa, no ayudaron. Su participación en el programa televisivo Second City, lo que más tarde se convertiría en Saturday Night Live, tuvo mucho que ver con su coqueteo con estas sustancias. Allí, junto a John Belushi, Gilda Radner y Bill Murray pasó lo que tuvo que pasar. “Lo siguiente que supe es que estaba en Chicago, donde aprendí a beber, a acostarme muy tarde y deletrear d-r-o-g-a-s”, dijo entre bromas a People en su momento.

 


Pero el romance con las drogas no fue tan intenso como con la comida. Una experiencia personal muy dura le hizo ver el peligro de la heroína y cocaína, por aquella época, plenos 80, tan de moda y tan normalizadas. La muerte de su gran amigo y compañero Belushi, con quien también trabajó en las cintas 1941 y Los hermanos caraduras, por culpa de una sobredosis en 1982, no solo le abrió los ojos, sino que le valió una gran depresión, que durante dos años lo mantuvo alejado de todo.

"Estaba tan devastado por la muerte de Belushi que se hundió en una depresión. Rechazaba salir o hablar por teléfono”, escribió el autor Martin Knelman en la biografía Laughing on the Outside, publicada dos años después de la muerte del actor. La partida de Belushi y sus circunstancias representaron un antes y un después en la industria del entretenimiento dando la importancia y atención, hasta el momento casi inexistente, al tema de las drogas. “El juego terminó”, expresaría el guionista de Taxi Driver, Paul Schrader al diario El País. “Algunos lo dejaron inmediatamente, la sensación era que las reglas habían cambiado”.

Candy entendió de qué iba todo y se apartó de ese juego peligroso. Pero entonces empezaron los ataques de pánico. Tenía 40 años cuando los episodios empezaron a ser tan fuertes que necesitó de la ayuda de un terapeuta para poder hacerles frente. “Se quedaba en el backstage con los ojos cerrados y haciendo respiraciones", recordó para People (vía Mirror) el productor Peter Makinsky, quien tuvo la oportunidad de conocer al artista cuando presentó el Festival de la Comedia de Montreal, en 1988. “Comer, ingerir, fumar, para John era una forma de tragar esa ansiedad”, añadió.

El cómico llegó a pesar 125 kilos. De alguna manera, su físico también condicionó su trabajo llevándole a personajes que, quizá sin ese número en la báscula, nunca habrían llegado a sus manos. Los papeles los bordaba, pero no le beneficiaban. Su imagen empezó a convertirse en tema de conversación y también las bromas. Algo que, aunque no lo pareciera, no le hacía ninguna gracia.

En 1992, Candy tenía previsto presentar los premios Genie Awards, los Óscar de Canadá. El poco acertado anuncio de estos galardones enfureció tanto al artista, que salió del proyecto, teniendo que ser sustituido en el último momento por Leslie Nielsen. “Para presentar los Genies, conseguimos a la estrella más grande que pudimos encontrar”, leía el título acompañando a una foto del actor con una estatuilla de esa premiación. El texto que seguía no hacía más que empeorar la situación. “¡Les traeremos una estrella tan increíblemente grande que no lo van a creer!”, concluía la publicidad. El enfado y su posterior retirada del show fue recogido por la prensa de la época, entre medios como Variety.

 


Episodios de mal gusto y propios de una época que, a día de hoy serían impensables. Todo ese malestar, físico y mental, compensaba con el amor y el cariño que le mostraban sus compañeros de profesión y que, a día de hoy, siguen resaltando la huella que dejó. “Nunca he olvidado la generosidad de John Candy. Me mostró lo que es ser un líder bueno. Alumbró mi camino”, escribió el actor Bill Pullman en The New York Times. “Le adoraba. Era todo alma y corazón y tan divertido. Llorabas y te hacías pis de la risa”, dijo en su momento Daryl Hannah a Empire. Bill Murray también tuvo palabras bonitas para él en una entrevista en 2016. "Fue alguien maravilloso con quien trabajar, un tipo estupendo", reconoció.

Y así una larga lista de halagos que, en este mundillo de Hollywood, no suelen ser tan comunes. Su alegría escondía una gran pena, pero el espectador nunca se dio cuenta. Eso sí que le hizo grande.

 

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