Cuatro décadas después de la Revolución mexicana, cuando ya se respira un ambiente de estabilidad, los problemas de los mexicanos eran otros, como satisfacer las necesidades de los distintos estratos sociales: desde iniciar colonias como la Roma, la Juárez, La Condesa o Las Lomas de Chapultepec, hasta fraccionar zonas del norte de la ciudad como la Industrial Vallejo y Lindavista, que con el tiempo se convertirían en colonias populares. También se da la consolidación de empresas enfocadas a fomentar la comunicación, pero sobre todo la diversión; ejemplo de ello son el Salón México en 1920, la XEW en 1930, las disqueras y la multiplicación de salones de baile en 1935 y, finalmente, en 1950 inicia la televisión en México.
Sí, la gran ciudad tenía que satisfacer las necesidades de
sus nuevos habitantes, así como de esos visitantes que, desde varias partes de
la república, llegaban para quedarse y saber qué se sentía ser citadino, vivir
en las vecindades, visitar el café de chinos, conocer los salones de baile y el
cabaret; pero en los años cincuenta se empezaron a formar sobre todo los
barrios, los barrios pobres, que también presentaban necesidades muy
específicas y particulares, como amenizar de forma alternativa sus fiestas
familiares y sociales, no como la clase alta, que podía contratar los servicios
de un salón con todo incluido: comida, bebida y música de orquesta.
Gracias a la participación organizativa de la mujer en la casa se pudo cambiar esa costumbre que se tenía de mucho tiempo atrás, y que consistía en que después de la misa de la primera comunión, el bautizo, etcétera, todos, hombres y mujeres, iban a la casa del festejado a tomar café y tamales, o a comer, y ya después, por la tarde-noche, los nuevos compadres, junto con otros invitados, todos hombres, podían irse al cabaret, mientras las mujeres se quedaban en casa. Ante esto, la intención de la mujer ama de casa fue atraer a los hombres para festejar conjuntamente en el hogar. Este hecho origina la modificación de las estructuras de las fiestas familiares y transforma los patios de las vecindades en escenarios de fiestas y ambientaciones diferentes de como se venía haciendo: se trataba de llevar el ambiente o escenografía del cabaret, o salón de baile, al patio de la casa, donde se ponían mesas para todos los vecinos e invitados, iluminación especial, arreglos de papel de China, se destinaba un espacio a la pista de baile, y se colocaba hasta una barra donde se servía desde cerveza hasta brandy o ron, todo cortesía de la casa. Así es como nace en la ciudad de México, en la década de 1950, la necesidad de cambiar la forma de amenizar eventos sociales como bodas, XV años o meras fiestas familiares.
En ese tiempo la contratación de una orquesta sólo podían
hacerla las clases altas, por ello surge como alternativa la contratación de un
sonido, que aparte detener un menor costo tenía otras ventajas: tocar o
promover música de todo tipo, tocar los éxitos de la radio, acomodarse en un
espacio más reducido y no traer tantos integrantes como la orquesta. Este
contexto da como resultado el nacimiento de un movimiento que con el paso del
tiempo se le denominaría “los sonidos”. En un principio estos prestadores de
servicios musicales (sonideros) contaban con una infraestructura muy precaria:
un amplificador, una tornamesa, un bafle y una gran cantidad de discos de 78,
45 y 33 rpm que contenían los éxitos de todo tipo de música —la que hoy
conocemos como música comercial— y que eran promovidos principalmente por la
radio y las orquestas que se presentaban en los salones de baile que en ese
tiempo marcaban las modas y tendencias, sobre todo las influencias cubanas.
Aunque ese equipo era muy precario, superaba por mucho a los equipos domésticos
que podía poseer la clase media en esos años: un radio o una consola.
Desde sus inicios los sonidos habían tenido que competir contra otras opciones o formas de diversión, como las orquestas y grupos musicales, y para sobresalir los sonideros tenían que mejorar sus servicios; por ello fueron incorporando elementos a su infraestructura, y con el uso del micrófono pasaron de únicamente poner discos a ser parte importante de la fiesta como maestro de ceremonias; micrófono en mano el sonidero presentaba tanto a la quinceañera como al feliz padre, quien dirigiría unas palabras para presentar a su hija ante la sociedad: o invitaba a cada uno de los padrinos a participar en el vals; en otras ocasiones mencionaban los nombres de los recién casados e invitaban a los festejados a abrir el baile, o indicaban que ya era hora de la cena, para luego anunciar a la concurrencia que la fiesta había llegado a su fin.
Con el tiempo los sonidos se empezaron a popularizar y a
multiplicarse en las diferentes colonias y barrios del Distrito Federal, como
el Peñón de los Baños, Tepito o San Juan de Aragón. En los años sesenta los
sonideros empiezan a preocuparse por la música que promovían, y el defecto, o
la cualidad, del ser humano de querer saber quién es “más”, más rápido, más
grande, más fuerte o más poderoso, creó la competencia entre los propios
sonideros; es decir, el cómo diferenciarse uno de otro: por el nombre, el barrio
de procedencia, el equipo que poseían —entre más equipo el sonido era más
fuerte—; pero lo que empezó a marcar verdaderamente la diferencia entre uno y
otro fue, sin duda alguna, la música que tocaban. Conseguir música con
influencia cubana era relativamente fácil, por ese motivo casi todos los
sonidos tenían el mismo tipo de música, y no fue hasta que a un sonidero, don
Pablo Perea de León, se le ocurrió salir de México en busca de nuevos ritmos
para la gente del barrio, gente que ya empezaba a frecuentar las tardeadas de
los domingos. Esos nuevos ritmos no eran otra cosa que música sin influencia
cubana como la cumbia, ritmo nacido en Panamá y adoptado por Colombia; lo cual
representa un parteaguas en el ambiente sonidero, pues se popularizó a tal grado
que varios sonideros acudieron con don Pablo para comprarle discos de cumbias.
Sin embargo, no sólo los sonideros compraban este tipo de música, sino también
algunos intérpretes, que con el tiempo colocaron esas canciones en las listas
de grandes éxitos, tal es el caso de Mike Laure y Carmen Rivero. Don Pablo —o
Sonido Arco Iris, como se le conoció después— hizo muchos viajes a Centro y
Sudamérica, donde conoció grandes músicos como Lizandro Meza y Los Corraleros
de Majagual, y durante esos viajes se especializó en la cumbia colombiana, y
así fue como el Peñón de los Baños se convirtió en el punto de distribución en
México para los sonideros y varias organizaciones musicales, este hecho hizo
que a esa colonia se le conociera como la “Colombia chiquita”.
En los años setenta se incorpora otro elemento que
identificó por mucho tiempo a este movimiento: las trompetas, donde los sonidos
agudos se amplificaban de una manera tan particular, que podía detectarse
varias cuadras a la redonda. Además de la competencia entre los mismos
sonideros, o grupos, éstos también se han enfrentado a ritmos y modas impuestos
por los grandes medios de comunicación, entre ellos la música disco y sus
derivados, la música de banda, la quebradita y, recientemente, el pasito
duranguense y el reguetón.
Los sonidos siempre han caminado de la mano de la tecnología:
desde el empleo de amplificadores con bulbos y de circuitos integrados, hasta
la revolucionaria era digital. También en cuanto a la infraestructura se dio un
gran cambio, ahora ya cuentan con camiones, iluminación computarizada,
estructuras, escenario y equipo aéreo. Asimismo, los sonidos poco a poco crecen
y pasan de ser empresas familiares, o compuesta por dos o tres amigos, a
empresas que dan empleo a mucha gente que es el sostén de una familia, desde el
chofer del camión, los integrantes del staff, el valet, el taquillero, los que
atienden la barra, el que vende los souvenirs, el de los cigarros y hasta el
que pone la música, que normalmente es el locutor.
En esa misma década también se incorpora un elemento muy
importante: los saludos, en un principio eran al inicio o terminando una
canción, pero durante los años ochenta esa tendencia cambió y los saludos
empezaron a mandarse al mismo tiempo que las canciones; este elemento es
netamente mexicano, como muchos otros de este género, y como ejemplo está una
tocada donde se presentó un sonido mexicano y un grupo colombiano en Las Vegas,
los colombianos no podían bailar y decían: “¡oye amigo deja de hablar para oír
la música, así no puedo bailar!”, y los mexicanos se molestaban y comentaban:
“¡oye mano qué pasó con mi saludo, ya se va a terminar la canción y no pasas mi
saludo, no seas gacho!”.
Sacado de revistas punto inah punto gob punto eme equis.