2.16.2018

Historias rifadas - El Chueco

Otra crónica mas, que la disfruten, cacaricutes !!!

Esto es en memoria del "Chueco", mi primer compañero de juegos a la edad de 3 años.

"El Chueco". Así me llamaban desde que tenía dos años de edad. Antes de eso no recuerdo a qué nombre respondía.

Tampoco recuerdo cómo era caminar, correr o juguetear con normalidad, como lo hacen los demás perros, o por lo menos todos los que conocí en aquel pequeño pueblo donde viví toda mi vida.

Fui feliz. Quise, más bien idolatré a mis amos, y ellos también me demostraron su amor más de una vez.

Curiosamente, los días más felices que recuerdo fueron a partir de que me empezaron a decir "Chueco", no sé por qué.

Recuerdo, sí, que siempre caminaba -me arrastraba- pegado al suelo y que mi panza y mis cuatro patas tenían duros callos por el roce constante con la áspera tierra y las filosas piedras.

El dolor de huesos en tiempo de frío era insoportable. Sentía que iban a estallar y hacerse añicos dentro de mí. Pero eso no era nada en comparación con la dicha de saberme querido como parte de una gran familia.

Quien no me conocía se asombraba al verme y se preguntaba cómo podía tener yo aquella alegría y aquel ánimo por vivir con esa grotesca apariencia, cual si se tratara de una gigantesca araña peluda o una enorme letra M reptando por el patio entre el griterío de la bola de chiquillos, mis compañeros de juego.

Y es que yo nunca supe odiar, ni siquiera aquella mano que un día descargó un leño de encino en mi lomo con una fuerza tal que rompió limpiamente mi espinazo en dos partes.

Fue una discusión entre mis amos mayores, Ella y Él, que se salió de control, y yo simplemente estaba en un tiempo y un lugar que no eran los correctos. Era el objeto más viable en el que descargar la furia momentánea de un hombre fuera de sí.

Pero nunca lo odié. Por el contrario, a partir de ese momento le viví eternamente agradecido por pasar momentos tan felices que no los cambio por nada.

Antes de eso yo era un estorbo, un bulto indeseable que provocaba continuamente disgustos, regaños y puntapiés. Ahora era el centro de atención de todo mundo y tenía más amigos que nunca.

Por eso no comprendí jamás esas miradas compasivas que me dirigían algunas personas, sobre todo Ella, a quien con lágrimas en los ojos una vez oí decirle a Él que mejor me matara de una buena vez, que si no le daba lástima ver las condiciones en las que me había dejado.

Y Él, con una infinita tristeza en sus ojos y una cara que reflejaba su profundo arrepentimiento, solo contestaba: "No, mujer, quiero que viva y se arrastre frente a mí todos los días de su vida, para que me recuerde lo malo que he sido".

Y mientras eso decía, la suave caricia de su mano en mi lomo hundido, aquella mano que alguna vez me pegó con tanta fuerza que sentí morir, me transportaba a un mundo de placer, ese placer que imagino solo experimentan los perros que tienen la suerte de tener amos como los que yo tuve.

Feliz fin de semana !!!

-Brión