A finales de septiembre del año 46 a.C., a lo largo de casi dos semanas, Julio César celebró en Roma su éxito en cuatro guerras libradas en los años anteriores: en las Galias, en Egipto, en el Ponto y en África. Cubierto con un manto púrpura bordado en oro recorrió la ciudad de Roma montado en una cuadriga y acompañado de varios carros que exhibían al pueblo el cuantioso botín conseguido. Nunca se había visto en Roma una celebración tan grandiosa como aquella.
Casi dos años después, el 15 de marzo del año 44
a.C. cayó asesinado en el Senado, víctima de una conspiración orquestada
por un grupo de senadores opuestos a sus ambiciones autocráticas. Cayo Casio,
Marco Junio Bruto, Décimo Junio y un grupo de más de sesenta personas, los
llamados Libertadores, materializaron su funesto plan, durante los idus de
marzo, cuando César se hallaba junto a la estatua de Pompeyo, a quien,
paradojas del destino, había derrotado cuatro años atrás en la batalla de
Farsalia, en Grecia. Tilio Cimbro y Servilio Casca le asestaron los
primeros golpes, a los que siguieron varias puñaladas que acabaron con su vida.
Republicano por naturaleza, Bruto nunca trató de esconder
sus convicciones políticas. Casado con la hija de Catón, su prima hermana Porcia,
escribió un texto alabando las cualidades de su suegro, ya fallecido. César
estaba muy encariñado con él y respetaba mucho sus opiniones. Sin embargo,
Bruto, como muchos otros senadores, no estaba satisfecho con el estado de
la República. César había sido nombrado dictador perpetuo y
había aprobado varias leyes que concentraban el poder en sus manos. Se
rumoreaba que solo le faltaba la corona para igualarse a cualquier rey. El
período final de la monarquía en Roma era un mal recuerdo. Los romanos habían
sustituido la realeza por la República y los más tradicionales no deseaban un
regreso a tal sistema. Bruto comenzó una conspiración contra César junto con su
cuñado y amigo Cayo Casio Longino y otros senadores. En los idus de
marzo (15 de marzo de 44 a. C.), un grupo de senadores, incluyendo a
Bruto, asesinaron a César en el teatro de Pompeyo. Se han atribuido
tradicionalmente al dictador unas famosas últimas palabras dirigidas a
Bruto: Tu quoque, Brute, fili mi (Tú también, Bruto, hijo mío) o
también Et tu, Brute? (¿También tú, Bruto?), que se recogen, por
ejemplo, en la obra de William Shakespeare Julio César. Suetonio señala
que, según algunos autores e historiadores, César dijo, en griego, «Καἱ
σύ, τέκνον», Kaì sý, téknon? (¿Incluso tú, hijo mío?), pero que
testigos presenciales solo lo vieron cubrirse el rostro con la toga y morir en
silencio sin pronunciar palabra, manteniendo así la dignidad.
Tras el asesinato, se demostró que la ciudad de Roma estaba
contra los conspiradores, ya que la mayor parte de la población amaba a César.
De hecho la asamblea le había otorgado los poderes como después lo haría
con Augusto. Marco Antonio, lugarteniente de César, decidió
aprovecharse de la situación y el 20 de marzo habló airadamente de los asesinos
en el elogio fúnebre de César. A partir de entonces Roma dejó de ver a los
conspiradores como salvadores de la República y fueron acusados de traición.
Bruto y sus compañeros huyeron a Oriente. En Atenas Bruto se dedicó a
obtener fondos para financiar un ejército para la guerra que se
aproximaba. Octaviano, sobrino nieto y heredero de César, y Marco
Antonio marcharon con sus ejércitos contra Bruto y Casio. Ambos ejércitos se
encontraron en la doble batalla de Filipos (42 a. C.).
Después del primer encuentro, Casio fue derrotado y se suicidó. Tras el segundo
encuentro, ya vencido, Bruto huyó con los restos de su ejército. A punto de ser
capturado, Bruto se suicidó arrojándose sobre su espada. Marco Antonio aun
así honró a su enemigo caído, declarándole el romano más noble. Mientras que
otros conspiradores actuaron por envidia y ambición, Bruto creyó que actuaba
por el bien de Roma.