Las almas superiores no tienen miedo más que de una cosa:
de cometer una injusticia.
A. Nervo
Mis
queridos mamados,
Como perfectamente sabrán, en fechas
recientes el nombre del poeta tepiqueño en cuyo honor he redactado este fino
post se volvió tendencia tras el desliz de un personaje pseudointelectual de
baja estofa que confundió su nombre de pila. Más allá de entrar en debates onomástico-
antroponímicos, esta es una oportunidad singular para abordar algunos aspectos
interesantes de la vida de Nervo y, naturalmente, hacer un par de
recomendaciones sobre su obra literaria:
Nombre
verdadero
Solamente para aclarar, el nombre de pila de
Nervo no era Mamado. Sin embargo, hay un dato interesante sobre su nombre: en
su biografía oficial se indica que nació con el nombre de Juan Crisóstomo Ruiz
Nervo, pero según el propio poeta, su nombre de bautizo fue José Amado Nervo
Ordaz, así lo dejó plasmado en un texto publicado en un periódico local de
Jalisco:
Mi nombre
de bautizo fue José Amado Nervo Ordaz, pero desde pequeño mi madre sólo me
decía Amado, así que crecí siendo el Amado de mi dulce madre.
Aprendió a
leer con libros de cocina
Mientras algunos de nosotros aprendimos a
leer con algunos pasajes de la Biblia y obras de Krauze cuyo título exacto no
recuerdo, Amado Nervo aprendió a leer con libros de cocina. Así recopila Carlos Monsiváis en el libro
"Yo te bendigo, vida":
Nervo, según
cuenta, aprende a leer revisando exhaustivamente el libro de cocina de su
madre. La reiteración de unas cuantas imágenes y vocablos lo lleva ‘a sentir el
peso de las palabras impresas, las tocaba con los dedos y trataba de
memorizarlas.
Los
muertos del poeta
La vida del poeta estuvo marcada por
tragedias familiares. Primero, su padre falleció cuando Amado tenía apenas 13
años. Posteriormente, su hermano Juan Francisco falleció con apenas 16 años.
Finalmente, y a mi parecer la pérdida más trágica y que marcó de forma profunda
la vida y obra de Amado fue el suicidio de su hermano Luis Enrique, quien tenía
20 años de edad al momento de privarse de la vida.
En su libro "Los Balcones", honra
la memoria de su hermano menor con las siguientes líneas:
“Luis ve
desde su balcón lo que se ve desde el Palacio Real. Tiene este visual
privilegio, del cual se ufana, porque mirar es para él la vida: mirarlo todo y,
sobre todo, la Naturaleza”.
Amado
Nervo y George Orwell
En una época en la que pareciera que la
política nacional toma tintes peligrosamente parecidos con la trama de
"Rebelión en la Granja", es un
buen momento para recordar que Amado Nervo escribió un cuento intitulado
"La última guerra" (link aquí: ) cuya
trama central es un grupo de animales que se rebela en contra de los humanos.
Cuarenta años después, Orwell escribiría una de sus obras cumbre, con una
temática similar.
Casa Museo
La casa en donde nació el poeta fue
habilitada como museo en 1970 y actualmente se encuentra administrada por el Centro
INAH estatal. Además de ser gratuito, es una oportunidad única para conocer a
nivel más íntimo la vida de Nervo y, de paso,
visitar la bella catedral de Nuestra Señora
de la Asunción, ubicada a espaldas de la Casa Museo. Recomendación: no vayan a
ir en lunes, no sean pendejos.
Además de ser un poeta en toda la extensión
de la palabra, Nervo fue un novelista y ensayista de primer nivel. De su vasta producción poética, les recomiendo
títulos como "El arquero divino", "Serenidad" y,
naturalmente, su libro "Poesías completas”.
Es particularmente interesante su colección
de "Cuentos misteriosos", de entre los cuales mi favorito es "El
héroe" por su narrativa trepidante y ese desenlace tan bien logrado:
"Amó y murió heroicamente".
Aquí el link a la colección completa:
Atentamente,
Su amado
amigo, Bruno.
PD. @Dra.Tripa & @Xime Kimura, les dedico este poema
de Nervo:
El primer beso
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
Salí a la calle alborozadamente
mientras tú te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»