Todos los mexicanos crecieron con esta imagen: Agustín de Iturbide, el personaje que en 1821 consumó la Independencia de México, fue un villano.
Una reputación que, durante más de dos siglos, muchos han
asumido como bien ganada.
Y es que tras una sangrienta guerra que terminó con la
colonia que era la Nueva España, el Dragón de Hierro -como se conocía a
Iturbide- tomó una inesperada decisión.
Se proclamó Emperador de México, aunque la monarquía era
parte de lo que miles de personas habían combatido durante más de una década.
Esa es, al menos, la historia oficial que se imparte en
todas las escuelas del país. Pero algunos creen que no es la versión
completa.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, el nombre
completo del personaje, nació en 1783 en la actual capital del estado de
Michoacán, Morelia, que para ese entonces se llamaba Valladolid.
Su familia, una de las más acaudaladas de la región,
era parte de la nobleza en la Nueva España.
Pero Iturbide no siguió el camino de la familia,
propietaria de comercios y haciendas. En cambio se unió al Ejército Realista
donde tuvo una carrera exitosa.
En 1810 supo de las conspiraciones en pro de un
movimiento armado para separar al territorio de España.
Sin embargo, el militar no se unió a la
insurrección iniciada por el cura Miguel Hidalgo, y por el contrario
defendió a Valladolid de los ataques insurgentes.
De hecho, durante los años siguientes fue un implacable
perseguidor de los independentistas. Fue en estos años que se le bautizó como
“El Dragón de Hierro”.
Pero, según Pedro Fernández, en realidad Iturbide
estaba a favor de acabar con el dominio de la Corona
española.
Simplemente no estaba de acuerdo con la forma como
Hidalgo y José María Morelos y Pavón, el otro líder insurgente, realizaban la
guerra.
El ejército que encabezaban era improvisado, a veces
sin control y cometía excesos. Y uno de los episodios que lo reflejan fue
la batalla por la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
Era un granero donde, el 28 de septiembre de 1810, se
refugió la población de la ciudad para protegerse de la batalla entre
insurgentes y realistas.
Las fuerzas de Hidalgo derrotaron a los militares, pero
al tomar el edificio asesinaron a las familias refugiadas.
La masacre restó apoyo al sacerdote entre la
población criolla, favorable a la independencia. Entre ellos Agustín de
Iturbide.
“Estaba en contra de cómo este ejército formado por el
pueblo y sin enseñanza militar llegaba a los pueblos y los saqueaba”, cuenta
Pedro Fernández.
Según el investigador, por esas fechas Hidalgo le había
ofrecido la faja de teniente general a Iturbide, quien la había rechazado,
sosteniendo que "la independencia no se puede conseguir con
masacres ni con baños de sangre”.
Paradójicamente el implacable perseguidor de los
insurgentes retomó la lucha de Hidalgo en 1820. Una decisión que no fue gratuita.
La Corona lo acusó de corrupción y canceló su mando en el
ejército. Y aunque Iturbide evitó ser encarcelado, entendió el trato
diferente que había para los nacidos en el país y los peninsulares, originarios
de España.
“Es cuando deja de ser realista y empieza a pensar mucho
más en la independencia”, recuerda Fernández.
Así, junto con el único líder insurgente que seguía en
armas, Vicente Guerrero, formula el Plan de Iguala para separar al
territorio de la Península.
Un año después, en septiembre de 1821, se consolidó la
independencia. Y en julio de 1822 el Dragón de Hierro fue
designado emperador, bajo el nombre de Agustín I.
¿Por qué? Pedro Fernández cree que fue casi inevitable.
El país se encontraba en bancarrota tras una década de guerras.
Los criollos e incluso algunos peninsulares seguían con
atención la crisis en España, donde el rey Fernando VII fue obligado a jurar la
Constitución de Cádiz.
Un gobierno republicano acechaba a la Nueva España y eso
significaba perder privilegios. Y en 1821, existía una tendencia favorable
a establecer un imperio en el territorio.
Así, cuando Iturbide al frente del Ejército Trigarante
asume el control de la capital y se firma el acta de independencia, la idea
gana adeptos.
“Estaba claro que una transición mucho más
suave de un gobierno a otro era el imperio, al final veníamos de ser un
virreinato y era lo que el pueblo conocía”, dice Fernández.
De hecho ése era el plan original. El documento que
concreta la separación se llama “Acta de Independencia del Imperio Mexicano”.
Y declara “solemnemente, por medio de la Junta Suprema
del Imperio, que es Nación Soberana e Independiente de la antigua España”.
Un imperio era, pues, el destino de México.
Y, en ese escenario, el mejor candidato para encabezarlo
era Iturbide, un hombre “inmensamente popular, de alguna u otra forma
hubiera terminado siendo emperador”.
Así fue, aunque no de la mejor manera. Una turba –algunos
creen que fue pagada- declaró al militar como emperador del país.
Luego amenazó a los diputados para que concretaran el
plan, pero el imperio no duró mucho.
El país estaba en bancarrota, a tal nivel que incluso las
joyas para la ceremonia de la coronación de Iturbide “eran prestadas, las
regresaron al día siguiente (de la ceremonia)", cuenta Fernández.
Además el emperador “no era político, no había sido
educado para gobernar ni tenía experiencia. No supo cómo gobernar la
situación. El imperio fue muy malo”, agrega.
En marzo de 1823 Agustín de Iturbide abdicó al imperio y
se exilió en Europa. Regresó un año más tarde pero fue detenido y fusilado.
Desde entonces empezó a construirse la mala imagen de
Iturbide, en parte por sus acciones pero también por la disputa política y
revueltas que caracterizaron el siglo XIX en México.
Hubo algunos episodios emblemáticos, como en 1921,
cuando se retiró el nombre del emperador en el muro de la Cámara de
Diputados donde se recordaba a los héroes del país.
La imagen se mantuvo en las décadas siguientes,
especialmente durante el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI),
que se proclamaba heredero de la Revolución Mexicana.
En todos los casos se olvidó el papel fundamental de
Iturbide para consolidar la independencia, insiste Pedro Fernández.
Algo, que según el historiador, se explica por prácticas
que son frecuentes entre los mexicanos.
“Es un país que no cuestiona su historia, consume tal
cual lo que se le dice en la escuela”, le dice a BBC Mundo.
“Y hay una tendencia de los mexicanos a seguir
viendo todo en blanco y negro: Los héroes tienen que ser pulcros y sin mancha,
y los villanos muy malos sin posibilidad de redención”, agrega.
“Además es mucho más fácil ver esta historia como de
telenovela y no asumir que todos estos personajes, desde Hidalgo a Iturbide
fueron personas de carne y hueso”.
Y asi fue como sucedió, que pasen un bonito grito y que viva México, otra vez.
Sacado de la bbc, obviamente.