Platón era un filósofo griego que, en un melancólico ocaso mirando las melancólicas aguas del Galikós melancólico, exclamó: "¡LA CRETA, AMOR PLATÓNICO!"
Usted, seguramente, amable lector, lo ha oído mencionar,
esa modalidad de amor que consiste en estar lo más lejos posible de la persona
amada, mínimo tres kilómetros, sin poder consumarlo nunca, ni manchar su
prístina pureza ni con un leve roce de meñiques; muchas cartas, eso sí,
intercambiadas por los enamorados, pero sin insinuaciones, sin malas palabras,
ni mucho menos dibujos plebes. Los atenienses murmuraban, sotto voce, que era
muy pero que muy grande la coincidencia de que el insigne filósofo saliera con
esa insigne filosofía precisamente cuando le habían arreglado una boda con una
fenicia riquísima, y considerada la criatura femenina más horrorosa de todos
los reinos helénicos, incluída una jamona de Lesbos llamada Jocasta La Verruga.
Los ciudadanos más mal intencionados, como Zoilo El Zoofílico, argüían que no
era lo horroroso de la ciudadana fenicia lo que disgustaba a Platón, pero
"que ella había cometido el error imperdonable de no ser un efebo de 16
añitos".
"El Hombre es un bípedo sin plumas", también
dijo, Platón, sin ton ni son, una noche en casa de Sócrates, interrumpiendo la
minuciosa letanía de Sócrates sobre el show que le había hecho su mujer,
Xantipa La Xantipatika, en el mercado de verduras. Los presentes esa noche
decían que cuando Platón flojó esa inanidad Sócrates le cortó los ojos y se
escuchó un chuípiti sonoro de Diógenes, quien hasta tuvo que salir para el
patio porque no podía contener la risita.
Diógenes, amable lector, también era un filósofo griego,
le llamaban "El Cínico", vida sencilla sin pedir mucho, y parece que
fue precursor de De Quincey pensando eso de que Platón no era más que "un
perro inteligente ante las fuerzas centrífugas"; y Platón tuvo la mala
suerte de que a este cuerdero nato le cogiera su bipolaridad con él, una
injusticia, habiendo tantos sujetos sospechosos en esa era merodeando a troche
y moche por las calles de Atenas. Cuenta la Mitología Griega que la bella Ío no
sólo fue convertida en vaquilla por Zeus, sino que, además, para rematar, Hera
le puso una avispa caballona que le picara las orejas 24/7, y esa misma avispa
caballona era Diógenes para Platón, esperándolo que floje uno de esos aforismos
etéreos que no aguantaban el más mínimo escrutinio del sentido común.
La cuerda de Diógenes a Platón sobre "el bípedo sin
plumas" no paró ahí en ese chuípiti y esa risita, al otro día, a las 2 de
la tarde, El Cínico se apareció en el Foro con un pollo totalmente desplumado,
y vivo, gritando: "¡ATENAS, HE AQUÍ EL HOMBRE DE PLATÓN!", mientras
señalaba con desdén al aterrado pollo.
Y ya, hasta aquí, amable lector, lo que se conocía hasta
ahora sobre esta increíble broma aviar, del tripioso Diógenes al latoso Platón,
ningún comentador estoico que la menciona proporciona más detalles,
verbigracia, la magnitud del desorden que ocasionó en el Foro la exhibición,
por primera y tal vez por única vez en la historia humana, de este pollo
caminando encuero con el pichirrí al aire, vivito y despojado hasta del más
pequeño plumón, entre viejos barbudos que reían a carcajadas. Dicen que el
éxito fue tan grande que el pollo fue exhibido en el Foro por días, que fueron
de Esparta, de Tebas, y hasta de Corinto a ver esa vaina.
He aquí una traducción de un pedacito de la entrevista que
Miræsta hizo, años después, a Rūlfo y a Melitôn, los dos esclavos de Piloctetes
(admirador rico de Diógenes que le donó el pollo porque Diógenes además de
filósofo cínico no tenía un chele) que les tocó la odiosa encomienda plumífera:
Miræsta: Esclavos, relaten lo que recuerden del
evento del pollo de Diógenes.
Rūlfo: Sí, claro, sí, le relatamos. Voy a empezar
yo, porque Melitôn prefiere aportar.
Melitôn: Eso ke ni ké.
Rūlfo: Esto pasó el año del Derrumbe. ¿O fue el año
de la Hekatombe, Melitôn?
Melitôn: No, fue el del Derrumbe.
Rūlfo: Sí, claro, sí, el del Derrumbe... Bueno, un
día el amo Piloctetes nos llamó, justo cuando Febo Apolo, en su divino
carruaje, empezaba su recorrido ardiente por la tierra, y nos pidió a Melitôn,
y a mí mismo, que para la una y media, en punto, quería que le lleváramos a
Diógenes, El Cínico, al Foro, en una jaula, un pollo totalmente desplumao, y
vivo... Nosotros nos quedamos... Melitôn, ¿cómo fue que nos quedamos?
Melitôn: Impávidos.
Rūlfo: Sí, claro, sí, impávidos
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