Hijo de dos profesores de Derecho de Stanford, Bankman-Fried (California, 1992) estudió Física en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y desde muy pronto mostró interés por el mundo de los negocios: perfeccionó sus conocimientos en la compañía Jane Street Capital, operó con ETFs (Exchange-traded fund) y a finales de 2017 dio el salto al comercio de criptomonedas.
Dos años después lanzó FTX, compañía que logró convertir
en uno de los principales exchange cripto con un valor
multimillonario. A principios de 2022 —precisa Forbes— los inversores
atribuían a FTX y sus operaciones en Estados Unidos un total combinado de
40.000 millones. La propia fortuna de Bankman-Fried llegó a alcanzar los
26.500 millones, una suma desorbitada que se explica principalmente por la propiedad
de cerca de la mitad de FTX y parte de sus tokens FTT.
Su fama se relaciona con dos grandes creaciones. La
primera es la firma de trading Alameda Research, que básicamente proporciona
liquidez en los mercados de criptomonedas y activos digitales. La
segunda, FTX, menos conocida que Binance, pero que ha logrado convertirse
en el tercer mercado de compraventa cripto más importante del mundo si nos atenemos
a volumen.
Con el tiempo Bankman-Fried amasó una fortuna y, quisiera
o no, fuera o no deliberado, supo camelarse a buena parte de la prensa,
transmitiendo la imagen de un joven con filosofía de Robin Hood, un J.P. Morgan
versión cripto. ¿Cómo? Pues más allá de los ingredientes narrativos de su
historia, gracias a una más que jugosa inversión en marketing que le ayudó a
ganar proyección.
Entre otros alardes de talonario, FTX alcanzó un
acuerdo millonario para dar nombre al estadio en el que juega el Miami
Heat, de la NBA; y transmitió un anuncio durante la Super Bowl protagonizado
por Larry David. En el ruedo político también destacó como donante demócrata
durante las últimas elecciones de 2022, dejando casi 40 millones de
dólares en donativos, según Forbes.
Su historia, su crecimiento meteórico, en sintonía
con la propia fiebre cripto y que acabó aupándolo a las listas de los
principales multimillonarios, cautivó. Y se sucedieron reportajes como el
que publicó en agosto Fortune, en el que ya se advertía en cualquier
caso desde el propio titular: “Su estrategia de inversión contraintuitiva le
hará levantar un imperio o terminará en desastre”.
Con la perspectiva que dan los meses, suena casi casi a
profecía empresarial.
No todo eran rosas, claro. En otro extenso artículo publicado
por Bloomberg en abril se deslizaban también algunas inconsistencias de su
relato personal. Por ejemplo, apuntaba que pese al discurso social del magnate
había dedicado menos a caridad que a publicidad. La imagen creada en torno a
Sam Bankman-Fried acabaría saltando por los aires no mucho después, en
noviembre, pero no por cuestiones relacionados con el marketing o imagen
social, sino la confianza en sus empresas.
Hace varios días CoinDesk reveló que la cartera
de Alameda se sustentaba en buena medida en FTT, el token de FTX. La práctica
mostraba una dependencia sospechosa que generó recelo en la
criptoindustria y entre los propios inversores. La consecuencia fue una
retirada de posiciones en FTX y un desplome pronunciado de su token. Si a
principios de mes cotizaba a 25,77 dólares, pocos días después, tras el
descalabro y con la estabilidad del negocio en solfa, no llegaba ya a 3.
Otro de los gigantes del sector, Changpeng Zhao, de Binance, sugirió que la
situación de FTX era inestable.
Fue el primer capítulo de un breve pero intenso
culebrón con múltiples capítulos, incluido el amago de Binance de
tomar las riendas de FTX, y que derivó en que el viernes la compañía se declarara
en bancarrota y Bankman-Fried, el otrora “caballero blanco” del mundo
cripto, renunciara a su cargo como CEO. “Lamento mucho, de nuevo, que hayamos
terminado aquí”, tuiteaba el empresario.
El movimiento no cierra en cualquier caso la historia de
FTX y su sismo en el mercado cripto. La plataforma afronta graves
problemas de liquidez, un profundo agujero y es objeto de
investigaciones, informa The New York Times, por parte de la Comisión
de Bolsa y Valores y los fiscales federales de Nueva York. La lupa está puesta
en la relación de FTX y su firma hermana, Alameda Research, para determinar si
FTX hizo un mal uso de los fondos confiados por sus clientes para apuntalarla.
A lo largo de los últimos días las aguas han estado lejos
de relajarse, con noticias de un tono muy alejado de los reportajes para los
que posaba Bankman-Fried en primavera. Tras la declaración de la bancarrota del
viernes se habrían registrado "anomalías" tras un posible
hackeo, con considerables retiradas de activos y Bloomberg asegura que
el empresario ha sido entrevistado por la policía y los reguladores de Bahamas.
En lo que respecta a FTX, Financial Times ha desvelado que la
víspera del colapso sumaba 9.000 millones en pasivo frente a un activo líquido
de unos 900 millones y Reuters apunta a la transferencia de 10.000
millones de fondos de clientes de FTX a la firma Alameda.
La propia fortuna de Bankman-Fried ha sufrido un
pinchazo a la altura de lo rápido y enérgica que creció en sus mejores
años: de más de 20.000 millones se ha reducido a menos de mil. Para cortar los
rumores que en las últimas horas apuntaban que se había trasladado a Sudamérica
(Argentina), el propio empresario ha tenido que aclarar a la agencia
Reuters que sigue en Bahamas.
Más que la caída de una empresa o un directivo, por más
popular y rutilante que llegase a ser en su cénit, lo que se ha roto es un
símbolo, un icono de estabilidad y responsabilidad en una industria
criptográfica marcada por su escasa regulación. Las principales criptomonedas
ya lo sienten.