Hacia el mediodía del 15 de marzo de 44 a.C., un pequeño grupo de senadores apuñaló a Julio César ante los ojos atónitos del resto de sus pares. El dictador fue acuchillado por enemigos a los que había perdonado y amigos a los que había encumbrado.
La noche antes de que matasen a Cayo Julio César (la del 14 al 15 de marzo del año 44 antes de Cristo), Calpurnia, su esposa, había soñado que lo veía cubierto de sangre. Angustiada, al despertar le suplicó que no fuese al senado aquel día. Esa noche, el propio César había soñado que se elevaba sobre las nubes, agarrado de la mano de Júpiter, y veía Roma bajo sus pies. César no se consideraba supersticioso, pero no pudo evitar sentirse inquieto ante esta extraña casualidad. Por si acaso, ordenó sacrificar varios animales para leer el futuro en sus entrañas. Calpurnia no se equivocaba: todos los augurios eran desfavorables.Pero, ¿qué tenía César que temer? Él era muy popular entre
los habitantes de Roma: había derrotado a Pompeyo en una guerra civil de cuatro
años, había conseguido dominar Egipto y aliarse con Cleopatra, y había
expandido las fronteras de la república hasta territorios que hoy pertenecen a
Alemania, Bélgica, Suiza, Francia y España. También había aprobado leyes que
favorecían a los más pobres, y había escrito obras sobre sus viajes y
filosofía. Era, sin duda, un tipo carismático.
Sin embargo, ciertos estratos de la sociedad romana veían
en César un líder arrogante y peligroso. Los que menos simpatía sentían por él
eran los miembros del senado, un grupo de líderes políticos -entre los que
estaban los antiguos aliados de Pompeyo- que veía a César como una amenaza para
la República. El motivo: su estilo de gobierno cada vez más autocrático. César
tomaba decisiones a menudo sin consultar con el senado, controlaba la tesorería
y compraba la lealtad del ejército prometiendo tierras de propiedad pública a
los soldados. También estampó su imagen en monedas, se reservó el derecho de
aceptar o rechazar magistrados electos, y -lo más grave de todo- se rumoreaba
que estaba planeando autoproclamarse rey. En una Roma decididamente
antimonárquica, que llevaba casi quinientos años orgullosa de ser una
república, ser acusado de desear un trono era un insulto muy serio.
Aunque César había tenido gestos significativos, como rechazar una corona dorada que le habían ofrecido simbólicamente durante una festividad, lo cierto es que su comportamiento preocupaba con razón a los que pensaban que planeaba restaurar la monarquía. Entre otras cosas, colocó a sus amigos en posiciones de poder, levantó estatuas suyas en templos, y reaccionó con furia cuando una diadema que estaba sobre una de esas estatuas desapareció. También se ponía las botas rojas y vestimentas típicas de los reyes latinos. Incluso su costumbre de mostrar clemencia por sus enemigos era preocupante para sus adversarios, ya que, para mostrar clemencia, uno tenía que estar en una posición de poder sobre otro… como un rey sobre un súbdito.
LOS CONSPIRADORES QUE MATARON A JULIO CÉSAR
Al menos 60 personas -y puede que más de 80- estuvieron
involucradas en el complot para asesinar a Julio César. Y todos eran miembros
de su círculo más cercano: los enemigos a los que había perdonado y los amigos
a los que había ascendido. Lo que hizo que se uniesen fue un sentimiento común:
el miedo a que César concentrase demasiado poder en sus manos y acabase
destruyendo las instituciones democráticas de la república.
El autor intelectual del crimen fue Cayo Casio Longino.
Consciente de que quizá él no era la persona adecuada para liderar la acción,
buscó un cómplice de más peso cuyo estatus elevase la legitimidad del ataque.
Eligió a Bruto, que en aquel momento era un optimate muy respetado y de buena
familia. Así, Casio, que movería los hilos en la sombra, y Bruto, que actuaría
como cara visible del plan, forjaron la alianza que acabaría con César.
Según Plutarco, Trebonio, uno de los conspiradores que se
unieron al complot, tanteó a Marco Antonio -aliado de César- sobre la
posibilidad de asesinar al dictador. Al parecer, Marco Antonio rechazó unirse
al plan, pero no informó a César de que su vida podía estar en peligro. Cuando
Trebonio dijo a los conspiradores que Marco Antonio no les daría su apoyo, estos
propusieron matarlo a él también, pero Bruto los frenó. Él creía que deshacerse
de César era un acto de justicia universal, pero asesinar también a Marco
Antonio sería un acto puramente partisano. Así, decidieron que el día del
asesinato de César se asegurarían de que Marco Antonio no entrase en el senado,
por si acaso veía la escena y acudía en su ayuda.
César tenía previsto dejar Roma para irse en una campaña
militar a territorio parto -en el actual Irán- dos días después de los idus de
marzo (es decir, el 15 de marzo). Antes de marchar, convocó al senado para
reunirse. Según Suetonio, corría el rumor de que César planeaba proponer en
esta sesión que fuese proclamado rey de todas las provincias romanas fuera de
la península itálica. Los conspiradores no querían aprobar esta propuesta, y
temían que, una vez que César marchase de Roma con sus legiones, fuesen
incapaces de influir en sus decisiones.
Lo cierto es que los rumores de que había una conspiración
contra César llegaron a sus oídos, pero él decidió ignorarlos. Estaba
convencido de que el miedo a causar otra guerra civil frenaría a sus
adversarios. Tanto confiaba en sus senadores que hasta se deshizo de su cuerpo
de guardaespaldas. Craso error.
Aún sin protección, acercarse a César no era fácil, ya que
siempre iba rodeado de amigos y seguidores pidiéndole favores o simplemente
admirándolo. Tras barajar varias opciones, los conspiradores decidieron que el
ataque se produciría durante una sesión del senado, ya que aquí el séquito de
César sería más reducido que en las calles, y además estaría desarmado.
LA MAÑANA ANTES DE LOS IDUS DE MARZO
Los malos augurios habían comenzado antes de la noche en la
que Calpurnia soñó con un desenlace fatal para su marido. Un mes antes, un
vidente había advertido del peligro que acechaba a César. Según Suetonio, el
hombre había leído en las entrañas de animales sacrificados que el peligro al
que se enfrentaba César “no llegaría más tarde de los idus de marzo”.
Además de no tener buenos presentimientos aquel día, César
no se encontraba bien físicamente. Al parecer, sus médicos intentaron evitar
que fuese al senado debido a los vértigos que sufría. A medida que pasaban las
horas, César se sentía más cansado y con náuseas. Según Suetonio, el dictator
decidió quedarse en casa y enviar a Marco Antonio al senado para que disolviese
la sesión.
Pero, justo entonces, Décimo Junio Bruto Albino, uno de los
principales conspiradores, se presentó en casa de César y lo convenció de que
fuese al senado, asegurándole que quedaría en ridículo si cancelaba la sesión
por un sueño de su esposa. Décimo Bruto le dijo que, si no se encontraba bien,
lo que debía hacer para no ofender a los senadores era excusarse en persona y
posponer la sesión. El argumento persuadió a César, y a las once de la mañana
se dirigió al Teatro de Pompeyo, donde estaba prevista la reunión.
Por el camino, una muchedumbre rodeó a César y a su
séquito, formado por sus lictores (una especie de escolta oficial) y varios
esclavos. Como siempre que caminaba por las calles de Roma, la gente lo
abrumaba con peticiones y atenciones. En medio del bullicio, una mano amiga
-probablemente, la de Artemidoro de Damasco, un profesor de griego cercano a
Bruto- le dio una nota en la que le advertía de la tragedia inminente.
Distraído, y quizá poco lúcido debido a su agotamiento, César miró la nota por
encima, sin prestar atención a sus palabras, y la guardó en su túnica. Según el
historiador Nicolás de Damasco, el papel se encontró más tarde cerca de su
cadáver.
Casio y Bruto llegaron temprano al Teatro de Pompeyo, donde
se reunía el senado. Como estaba prohibido entrar allí con armas, Bruto
escondió su puñal entre sus ropas. Otros conspiradores ocultaron sus puñales en
las cajas de documentos que tenían a mano. César entró en la sala, y los
senadores se pusieron en pie. La cámara no era mucho más grande que una pista
de tenis, y al menos doscientos hombres estaban allí reunidos. El espacio era
reducido; no había mucho margen de maniobra.
EL ASESINATO DE JULIO CÉSAR
No todos los conspiradores eran miembros del senado, y no
está claro cuántos senadores querían realmente ver a César muerto. Frente a sus
asientos estaba la plataforma sobre la cual César presidiría la sesión. Con
prisas, pero disimulando, los conspiradores se colocaron a su alrededor.
En cuanto César tomó asiento (y con los senadores todavía
en pie, en señal de respeto), según Plutarco, los asesinos lo rodearon, y Tulio
Cimber le hizo una petición en favor de su hermano exiliado. Los demás se
unieron a la petición, agarrando a César de la mano y besándole el pecho y la
cabeza. En un primer momento, César se los quitó de encima, pero, ante su
insistencia, intentó levantarse por la fuerza. Entonces, cuando, Tulio, que
probablemente estaba arrodillado frente a él, tiró de su túnica en un gesto de
súplica. Este movimiento impidió que César se pusiera de pie, y dejó su cuello
al descubierto. Según Suetonio, César, molesto, exclamó: “¿Qué clase de
violencia esta?”. Apiano cuenta que, en ese momento, Tulio gritó: “¿A qué
estáis esperando?”. El primer golpe cayó en cuestión de segundos.
Para saber exactamente qué pasó, los historiadores modernos
han acudido a las fuentes antiguas. Todas las versiones de la historia terminan
igual (con César muerto y un futuro incierto para Roma), pero cuentan los
hechos de maneras diferentes.
Plutarco dice que César se defendió de la agresión “como un
animal salvaje”, enfrentándose a la lluvia de puños y armas que apuntaban a su
cara desde todos los ángulos, ya que todos los que lo rodeaban querían
participar en la matanza. La crónica de Apiano es parecida. Cuenta que, tras ser
apuñalado varias veces, César se defendió con ira y entre gritos. Sin embargo,
en la versión de Suetonio, César dejó de pelear tras los dos primeros golpes:
se cubrió la cabeza y las piernas con su túnica, y murió sin pronunciar una
palabra.
La versión de Casio Dio es parecida. Dice que el ataque
cogió a César totalmente desprevenido, y fue incapaz de defenderse. Nicolás de
Damasco escribió que, cubierto de heridas, César cayó a los pies de la estatua
de Pompeyo. Coincide con Plutarco en que “todos parecían querer participar en
el asesinato, y no hubo ni uno que no hiriese el cuerpo de César mientras yacía
en el suelo”.
En 2003, un grupo de forenses reconstruyó el crimen. Su
conclusión fue que el número de atacantes que realmente llegó a apuñalar a
César durante la refriega fue de entre cinco y diez. La operación era demasiado
compleja y el espacio demasiado reducido para acoger a un número mayor de
agresores. De hecho, algunos de ellos, como Bruto, resultaron heridos por
accidente en la confusión del momento
Según Nicolás de Damasco, César recibió treinta y cinco
puñaladas. Apiano, Plutarco y Suetonio cuentan veintitrés. Suetonio, además,
describe cómo Antistius, un médico, examinó el cuerpo y determinó la herida
fatal: la segunda puñalada que César recibió en el pecho.
Una vez muerto César, Bruto caminó hacia el centro de la
curia para hablar, pero nadie se quedó para escucharlo. Los demás senadores
huyeron aterrorizados, temiendo ser perseguidos. En aquel momento, no estaba
claro quién era un conspirador, quién no lo era, y si los seguidores de César
serían las siguientes víctimas. Plutarco escribió que los asesinos salieron del
senado no como fugitivos, sino con expresiones triunfantes y seguros de sí
mismos. Corrieron a anunciar a todo el mundo que Roma se había liberado de su
tirano, mientras el cuerpo de César yacía solitario en un charco de sangre.
LAS CONSECUENCIAS DE LA MUERTE DE JULIO CÉSAR
El difunto dictador era tan popular en Roma que hubo
disturbios durante su incineración. Algunos de sus asesinos, como Bruto y
Casio, se tomaron la revuelta como una advertencia, y huyeron de Roma. En
cambio, los demás conspiradores decidieron celebrar la muerte de César como el
fin de la tiranía, igual que hoy Francia celebra la toma de la Bastilla.
Inicialmente, los conspiradores prevalecieron, e impulsaron decisiones como la
negociación de una amnistía para los asesinos y la impresión de una nueva
moneda con la fecha de los idus de marzo.
Pero, a la larga, el asesinato de César tuvo el efecto
contrario al que los conspiradores querían conseguir. Sus puñales lo hirieron
de muerte no solo a él, sino también a la República Romana, ya que magnicidio
allanó el camino hacia el imperio. Gran parte de la población se rebeló contra
los asesinos, y poco después estalló la siguiente guerra civil. Diecisiete años
después del asesinato del que se convertiría en el líder romano más célebre de
la historia, su hijo adoptivo y heredero, Octavio, se convirtió en el primer
emperador de Roma, y persiguió y castigó a los asesinos de César.
Por su parte, la figura de César ganó más popularidad si
cabe tras su muerte. Marco Antonio organizó un gran funeral para él, y, durante
unos juegos celebrados en su honor, un cometa cruzó el cielo; muchos vieron en
esto una señal inequívoca de que el líder romano por excelencia era ahora una
divinidad. Dos años después, formaba parte oficialmente del panteón romano. Y
así fue como la conspiración que buscaba conseguir la libertad de la república
romana evitó que César se convirtiese en rey… y acabó convirtiéndolo en dios.
Ah pinchi post tan largo, pero le agarraron cariño, apoco no?
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