¿Cuál
es la esencia, entonces, de la sensualidad que se le achaca al vampiro? ¿De dónde
nace esa mezcla?
El otro día, mientras escribía algunas notas futuras y escuchaba la canción del buen Null, decidí abordar un tema similar, dejando de lado la melancolía y enfocándome en
la sensualidad de lo oscuro. Además de lo enigmático, oscuro y poderoso del
personaje de Drácula, la seducción en él parte de su aristocracia, elegancia y
fina cultura. Sin embargo, sus impulsos y la imposibilidad de refrenarlos
responden a su esencia bestial, alejada de falsos modales.
Ninguna
criatura mitológica ha conseguido personificar tan específicamente los
principios en apariencia opuestos de atracción y repulsión, placer y odio, sexo
y muerte. Ningún vampiro ha sido más seductor y aterrador que el Drácula de
todos conocido, el cadáver viviente que camina entre nosotros... A pesar de
todos estos inconvenientes, lo cierto es que, Nosferatu, el vampiro o Drácula,
arrebata pasiones ocultas. No hay más que verle aparecer en el dormitorio de la
dama una noche de luna llena y, después de retirarla suavemente las sábanas, la
estrechará fuertemente entre sus brazos para incorporarla. Ella espera el beso
apasionado del caballero que ha entrado por la ventana, vestido impolutamente
con frac y una gran capa negra.
Si bien, la sed de sangre del vampiro responde a su supervivencia, también lo
hace a los juegos de seducción, a la imperiosa necesidad de vivirlos. Pues como
se puede extraer del ‘Diario de un seductor’, del danés Soren Kierkegaard, la
posesión del otro pondría fin a la seducción; así, una vez que el objetivo ha
sido conseguido, las emociones vertidas en la búsqueda deben repetirse en la
seducción de otro y de otro; ya sea que el conde lo haga en su forma humana,
animal o de niebla.
Pero
la seducción no está reservada solo para el conde Drácula, sino para las vampiresas. Así lo relata el joven
abogado Jonathan Harker (ref. Dracula, de Bram Stoker) cuando, cautivo en el
castillo de Transilvania, cae en el juego de tres hembras vampiro: “Había algo
en ellas que me hacía sentir inseguro, algo que me excitaba y que a su vez me
daba un miedo terrible. Sentí en mi corazón un insoportable deseo de que me
besaran con aquellos labios rojos”.
Como
evidencia de esa sensualidad en las acciones del vampiro, la mordida se da,
principalmente, en el cuello, una zona erógena. Y si el momento surge delicado,
la pasión y el erotismo elevan la agresividad; el atacante, ávido de
satisfacción, toma posesión de una víctima rendida ante sus encantos, fuera de
sí.
Padre
la relación, ¿no? Esta medio prolongada porque ¡vaya que hay tema aquí!, pero
la idea es no hacerlo fastidioso si no llamativo y seductor para ti, querido
lector ;)
Cortesía de Sabi.