9.05.2016

Freddie Mercury: su majestad eterna habría cumplido hoy 70 años



La ficción nunca es pura. Julio Verne despega un globo hinchado con hidrógeno rumbo al Sahara en busca de afluentes del Nilo, montes auríferos y piedras preciosas desde la misma isla extraviada en el África central donde, 83 años después, un alarido corta el aire: es el jueves 5 de setiembre de 1946 en Zanzíbar, Tanzania, y la señora Jen Bulsara no sabe que el niño que acaba de salir gritando de su vientre es un diamante por tallar. Cuando nace un ser humano extraordinario se activan los mecanismos de la ficción. Se anclan a la realidad. Y empieza a funcionar lo verosímil irreal, el mito.



“He creado un monstruo, el monstruo soy yo”, dirá muchos años después, cuando ya no es Farrokh Bulsara, el del grito, sino Freddie Mercury, el astro que flota mientras modula su voz. Un superdotado capaz de controlar cada célula vibrátil de su laringe . Su magnetismo no es menos monstruoso: somete a 300 mil almas con tan solo levantar el puño. Claro, como telón de fondo tiene la riqueza de un diseño estético alimentado por las otras tres puntas del diamante –Brian May, John Deacon y Roger Taylor–, especialmente virtuoso al ensamblar los dos edificios sonoros –“Sheer Heart Attack” (1974) y “A Night at the Opera” (1975)– con los que Queen revienta las puertas del rock y aparece en escena entre oropeles. Un flujo continuo de sicodelia, progresivo, heavy, hard, folk, blues y pop desembocando en las amables tonalidades del glam.

Los arreglos de voz para “Bohemian rapsody” son ocho hojas de partitura con mixturas entre seis y ocho ‘voicings’. La sinfónica de Queen, su moderada belleza, fractura los setenta mostrando el puño de la gracia dignificada.



Pero un día como hoy es más propicio hablar del individuo que del colectivo. Del insólito destino de esa criatura que hace 70 años vio la luz en aquella isla africana donde ancló el matrimonio de Bomi y Jer Bulsara, oriundos de Bulsar, comunidad parsi asentada en el sur de la India, seguidora del profeta iraní Zoroastro –Zarathustra– y del dios Ahura Mazda. Los parsi viven orgullosos de su ascendencia persa, han inventado el sánscrito y un extraño rito funerario: llevan a sus muertos a la Torre del Silencio, atalaya edificada en la cúspide de una montaña donde abandonan los cuerpos para que sean devorados por los buitres. No como carroña, es un rito de purificación. Tierra, agua y aire merecen respeto, no contaminación.

Parsi es Farrokh Bulsara AKA Freddie Mercury por Mercurio, mensajero de los dioses. Parsi es probablemente el mejor cantante de rock de todos los tiempos. Nace en una isla rica en esclavos, marfil, canela, pimienta y nuez moscada. Tan aromática como convulsa. Cuando Freddie tiene 18 años la isla se independiza del protectorado británico, pero no de ella misma: en Zanzíbar hasta ahora la homosexualidad es un delito. Seis años de cárcel para lesbianas, 25 para gays.

“Soy tan gay como narciso”, declara en 1974 a NME. Y se come el mundo con Queen. Es Queen y su pirotecnia. La banda bate todos los récords Guinness y su frontman también. Es un depredador de cuidado. Posee una sexualidad, digamos, jubilosa. Al final aceptó haber amado a una sola mujer en su vida –Barbara Valentin, su novia entre 1983 y 1985–, pero su voracidad ya se había transformado en una ruleta rusa que lo condujo a Jim Hutton, su última pareja, en cuyos brazos hubo de morir.


Tomado de La Red

-Brion