Era un día lluvioso, el gris
del cielo —con las tímidas nubes blancas que se atrevían a sumergirse en el
gris plomizo del horizonte— me hacía pensar sin opción a réplica en él: mi
sueño, mi anhelado deseo… mi imposible.
Durante meses, creo más bien
quizá que fueron años, se fue adentrando poco a poco en mí. Sin prisa, sin
preguntas, sin guión. Mi cuerpo reaccionó en cuanto mis ojos se cruzaron con
los suyos; no solo fue una conexión física, había algo más…, mucho más. En esos
momentos ambos teníamos pareja, no podíamos sumergirnos en lo que nuestro
cuerpo nos pedía a gritos. Y entonces, pasó. Nunca antes había experimentado
una sensación tan profunda, tan inmensa… tan abismal. ¿Qué estaba ocurriendo?
No era la primera vez que me masturbaba, ni la segunda, solo una más. O eso
pensé aquella mañana. Un mensaje suyo me arrebató de entre los brazos de
Morfeo; solo un "buenos días" con una foto adjunta fueron suficientes
para incorporarme sobre la cama cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron
a golpear, aún sin violencia, los cristales del ventanal junto a mi cama.
No era una foto nuestra, tras
aquel primer y breve encuentro, la distancia suponía la mayor agonía
imaginable. En blanco y negro podía observarse a una pareja, con la lengua de
él recorriendo los pechos de ella sin dejar de mirarla. ¿Todo eso en una foto?
La imaginación comenzó a construir la escena sin tan si quiera ponerla yo en
marcha. A continuación otro mensaje: "Te pienso… no puedo dejar de
hacerlo", sencillo, escueto, más que suficiente. Lo imaginé allí, junto a
mí, bajo mis sábanas mientras oíamos la lluvia caer cada vez con más violencia;
¿solo físico?, ¿solo deseo? Era mucho más, no cabía duda. Me tumbé e introduje
mi mano bajo la suave seda de mi ropa interior. Estaba húmeda, humedad que
llevaba su nombre; nuestro nombre. Decidí activar la grabadora del teléfono
para que me escuchara, me excitaba muchísimo saber que estaba a cientos de
kilómetros y nos unirían mis gemidos. Mis dedos no encontraron dificultad en
deslizarse sobre mi sexo, entre mis labios, buscando introducirse en mi
interior sin pensar en nada más. En ese momento, la grabación se vio
interrumpida por una llamada: era él. Descolgué. Sin planearlo, sin decirnos
nada, simplemente comenzamos a escuchar los gemidos de cada uno al otro lado
del hilo telefónico.
Mi labio inferior parecía pedir
clemencia ante los repetidos mordiscos derivados de tanta intensidad, imágenes
sin construir y sin explicación se sucedían junto a la banda sonora de nuestros
gemidos; de nosotros. Un gemido ahogado al otro lado hizo que no pudiera
alargar más el letargo; me dejé llevar uniéndome a su orgasmo. Un pitido
inesperado zanjó nuestra conversación y dio paso de nuevo a los mensajes:
"Te adoro, te siento aquí, en mi piel"… "No salgas de mí,
quédate dentro, en mis venas, en mi interior"…"Estaremos juntos y
cuando ocurra, se abrirán las puertas del paraíso ante nosotros ".
Solté el teléfono desfallecida,
jadeante. Todas aquellas imágenes habían sido sustituidas por preguntas,
interrogantes, dudas… ¿acaso soñar será suficiente? Aquella mañana no pude
controlar mi cuerpo, pero mi mente decidió que solo disfrutar del momento era
la respuesta.