Estuardo (no es su nombre real) el es un migrante
hondureño, casi muere a manos del cártel de los Zetas, ¿y cómo creen qué le
hizo? Pues guardando en un pedazo de papel un número telefónico. Esta es el
reportaje:
"Soy de Olanchito, Honduras, con mi mamá y mi
padrastro", relata el joven de 20 años, moreno, con las cejas
perfectamente depiladas (sí, como lo leen). "Salimos en autobús desde
Arriaga, Chiapas, y de ahí no paramos hasta pisar este refugio".
Nos dirigimos al albergue para migrantes dirigido
por el cura Alejandro Solalinde en Ciudad Ixtepec en
Oaxaca, "oíamos rumores que estaban tirando gente por no pagar una cierta
cantidad a ese cártel, optamos por otro camino, y gracias a Dios tuvimos suerte
que una caravana iba a la CdMx a dialogar con el gobierno, fuimos otro grupo de
migrantes hacia la capital".
Cae la noche y se oye un pitido largo y ruidoso, La
Bestia galopando sobre los rieles, los moyotes no daban tregua, piquen y piquen
y una comezón horrible, pero eso no nos detenía, muchos jugaban ajedrez, otros
repasos a rutas en mapas sobre paredes todas desgastadas.
A Estuardo no se asusta, está acostumbrado a
presenciar el mismo show varias veces por semana. "Luego de un mes en la
CdMX mi amiga Sandra (también hondureña) nos arriesgamos a pedir raid hacia
Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde pensaba esperar a mi mamá".
Apenas pisaron Reynosa, abordaron un camión y
estaban tan contentos porque al fin iban hacia Nuevo Laredo, la frontera, el
sueño americano. Pero en media hora de camino, les cayeron unos sujetos con
unos radios y empezaron a cuestionar de todo, "me di cuenta que el chofer
del autobus estaba en contubernio con los sujetos esos, pues lo vi platicando
con otros que estaban abajo, nos ataron y subieron por más migrantes que venían
en otro autobus"
Les quitaron sus cosas y luego los llevaron hasta
una casa, donde había alrededor de 30 personas, cuenta Estuardo. Los requisaron
y les exigieron números telefónicos de sus familiares.
Al siguiente día, los trasladaron a otro lugar,
donde tenían más gente secuestrada, comenzaron hacer llamadas a los países de
origen, los captores les daban un celular para que en presencia de estos, les
dijeran que estaban secuestrados por los zetas y necesitaban 2,000 dolares por
piocha para salir libres.
Estuardo pudo burlar la vigilancia de los Zetas y
llamó (no especifica donde agarró un teléfono) al único número de México que
tenía. Era el de Alberto Donis, el segundo al cargo del albergue en Ixtepec, y
lo llevaba en un papel maltratado y guardado por pura suerte en uno de los
bolsillos de su pantalón.
"Gracias a Dios ese día, mi mamá estaba al
lado de Donis, les hizo saber las coordenadas de nuestra ubicación, nadie se
dio cuenta (los secuestradores) de la llamada,
Así, después de intercambiar unas palabras con su
madre, que por casualidad se encontraba ese día al lado de Donis, les hizo
saber las coordenadas de su cautiverio. Nadie se dio cuenta de ello en la casa
de seguridad; no obstante, en la Ciudad de México empezaron a movilizarse para
rescatarlos. En la PGR empezaron a movilizarse y llegaron con un convoy de diez
camionetas con policías armados.
"Ese mismo día habían traido a la casa otros
migrantes secuestrados, de nuevo el mismo modo, el chofer en contubernio y
dejando otra bola de migrantes ahí, pero en eso vimos que los que nos cuidaban
salieron corriendo por un pasadizo de arriba, gente llorando en la planta baja
y policías entrando y buscando a los tipos esos".
"Supimos que capturaron a tres de los lacras,
mientras que nos llevaban a la CdMX en Ixtapalapa a declarar, iban dos
muchachas también hondureñas que trabajaban para los secuestradores, muchos de
nosotros las acusamos, otros decían que también fueron
victimas después de todo somos hermanos ¿qué no?".
Estuardo lo animaron a solicitar una visa
humanitaria para poder trabajar en México y así conseguir algo de dinero y
poder ir hacía el sueño americano.
Su mamá y padrastro se animaron a aventarse de
mojados, ella la agarraron y deportaron y él vive ahora en Estados Unidos
Es un lujo que no se puede dar con 70 pesos se
puede comer unas quesadillas muy baratas están al lado.
"Bueno, hoy es Jueves, el arranque de la
pachanga de fin de semana para la comunidad LGBT, en la zona rosa, se vale de
todo" nos comenta Estuardo. "Ser homosexual aquí no es tan feo, en mi
tierra me hubieran matado. No me quejo: los mexicanos me han tratado muy bien
por ser centroamericano".
"Gracias a Dios conseguí mi visa humanitaria y
hasta permiso para poder trabajar en los bares de esta hermosa ciudad de
México" y ni siquiera sabía que existía una organización que apoyaba los
derechos de los homosexuales.
Todos, tercos en el afán de denuncia, mejora,
justicia y ayuda. A falta de instituciones oficiales al pie del cañón en sus
funciones, cada vez más manos ayudan a sostener esta red de indignación,
convertida en fraternidad alternativa, a prueba de todo.
El muchacho abre su cartera y saca una tarjeta
"mire este carnet puedo sentarme como cualquier mexicano a tomarme una
birria, sin tener que cuidarme de la migra". Es la visa... pero mexicana,
con Estuardo menos sonriente y sobre un fondo verde con holograma del escudo de
México, pupilentes color miel y un poco más delgado.
"Ya no estoy tan jodido (como ustedes los
mexicanos dirían) como cuando recien llegué. Todo mundo me echó la mano, el
padre Solalinde, el del albergue Alberto Donis y mi amiga Paola, por ejemplo.
Nunca se me olvidará, tampoco se me olvida ayudarle a mi mamá que está en
Honduras a reencontrarse con mi padrastro que vive en USA".
Mientras esa noche del jueves en la Zona Rosa,
comienza a llenarse de luces de neón, plumería, tacones altos en él, se adentra
en la recta final de su segunda michelada monumental, enviada por un galán
secreto
"Como en todos lugares, uno encuentra gente
buena, mala, y a mí me tocó más de la buena, mi mamá me dio su bendición cuando
di un paso fuera de mi casa. Por eso sé que cuando uno quiere y busca encuentra
razones para seguir adelante, feliz. Yo a México lo quiero mucho y no lo cambio
por nada".
Cortesía de Majora´s Mask