La ilusión está conectada a emociones positivas. Cuando nos ilusionamos nos sentimos
bien, nos sentimos plenos y motivados, nuestra mirada cambia, nuestro
estado emocional también... nos sentimos entusiasmados y cargados de energía.
Es un sentimiento que nos da fuerza.
Desde pequeños recurrimos a las ilusiones para construir
nuestro proyecto de vida, para diseñar nuestros sueños y fijar
nuestras metas. Vivimos con ella porque es la fuerza que nos empuja a alcanzar
nuestros objetivos. La ilusión es nuestra compañera de viaje. Con ella pensamos
dónde nos gustaría ir, qué nos gustaría ser o a quien nos gustaría tener a
nuestro lado. La ilusión
nos ayuda a hacer realidad nuestros sueños. Sin embargo, con el paso de los años parece como si el
depósito de nuestras ilusiones se fuera agotando.
Esta sensación está asociada a
la experiencia. Las cosas no nos hacen la misma ilusión cuando las hacemos
por primera vez, que cuando la repetimos muchas veces. Por eso no solo hay que tener ilusiones, sino que hay
que renovarlas para que no se agoten.
El problema de las
ilusiones llega cuando no sabemos conformarnos, es decir,
cuando construimos nuestro objetivo sobre expectativas de las que dependen
directamente nuestra felicidad o nuestra autoestima y que, si
no las conseguimos, nos hacen sentir mal. Por eso debemos motivarnos,
ilusionarnos sin despegar mucho los pies del suelo.
Tener ilusión aviva nuestro sentimiento de felicidad,
pero eso es algo que debemos cultivar. ¿Se puede? Sí. Pero, como todo, hay que
trabajarlo. Es importante
organizar nuestra vida y marcar algunas prioridades, alcanzando pequeños
logros se irán dando grandes pasos para recuperar la ilusión.
Buscar actividades nuevas que gusten, emocionarse con todo
lo bueno que da la vida, aprender de cada nueva experiencia y recordarse que
cada día es un día menos para conseguir lo que se desea ayudará también
a fortalecer esa ilusión. Lo
importante es ir sumando momentos para volver a tener ilusión, esa
ilusión que nos ayudará a seguir avanzando.
♥ Claus ♥