1.19.2017

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida...


Que tal mis queridos lectores! Les quiero contar que este fin de semana salí con mi hermano a comprar algunas cosas al centro comercial cercano a casa. Andando x ahí, él paso al banco mientras yo pagaba mi cuenta de teléfono (antes del corte, previendo que siempre lo olvido). Salí antes que él y vi que en la parte baja una de mis tiendas favoritas anunciaba descuentos, voltee a ver a mi hermano y continuaba en fila esperando pasar al cajero.

Se me hizo fácil emplear el antiguo chiflido de "la palomilla" para que volteara y señalarle que estaría en las tiendas de abajo. Tal cual, lo hice, volteó, le señalé donde estaría y seguí mi camino.

Cual va siendo mi sorpresa que llegando abajo me encuentro con uno de mis amigos de la infancia, que había seguido el origen del chiflido por todos conocidos en casa! Fue una de esas cosas curiosas que no esperas, misma que le ocurrió a él, que iba con su familia y tan peculiar llamado distrajo su atención. Pasó que platicamos un rato de cómo iba todo, con la promesa incluida de unas chelas en cuanto hubiera oportunidad.

Al poco rato llegó mi hermano le conté la situación y le causó la misma gracia que a mí. Me quede con ese pensamiento en la cabeza hasta el día de hoy, que escribo estas líneas.


Recordé una infancia vivida en una comunidad bonita, una donde se hacían picnics los viernes y las mamás sacaban los guisados al jardín, todos compartían. Donde se organizaba la cascarita y jugaban todos, niños y niñas sin marcar una delimitación, preferentemente por retas ya que al ser tantos en la cancha, terminabas sin saber quién era de que equipo. Un lugar donde se podía jugar policías y ladrones así como escondidillas, donde podíamos hacer lunadas y contar historias de terror y "marica el primero en salir corriendo".

No era el mejor lugar, si de bienes raíces y locación hablamos, pero a los diez años eso poco podía importar.


¿A qué viene todo esto? A esa pena que me causa esta pobre generación que no sabrá nunca lo que es ir a tocar a la ventana de tu amiguito, balón en mano, esperando que su mamá le dé chance de salir una hora a jugar. A la imposibilidad que tienen los niños de hoy de entretenerse sin necesidad de recurrir a un aparato, de poder corretear en un patio hasta sentir que ya las piernas no te dan y luego seguir corriendo porque si no te van a atrapar y el equipo de ladrones depende de ti. No conocerán la adrenalina de permanecer inmóvil debajo de las escaleras esperando que el que está contando no te vea y a sabiendas de que en el momento que te descubra tendrás que correr como alma que lleva el diablo para tocar base antes que él. Tampoco sabrán el suplicio que es rogar por quince minutos más a tu mamá ya que la reta estas a punto de ganarla y abandonar, significa pagar los refrescos.



Caray, tantas cosas que han cambiado, nos han hecho perder una de las partes más padres de la vida a cambio de un video juego y la seguridad de que en casa no estás expuesto a ningún peligro. Unas por otras, dicen. Y terminas conformándote con una cita de juegos agendada semanas antes para que tu pequeño crío pueda convivir con otros niños en un sitio controlado, lejos de los peligros que el mundo real implica. Recordando los veranos en los que las guerras de globos de agua terminaban en una fogata asando bombones y salchichas.... 

Cortesía de Sabs,