Que
tal mis queridos lectores! Les quiero contar que este fin de semana salí con mi
hermano a comprar algunas cosas al centro comercial cercano a casa. Andando x
ahí, él paso al banco mientras yo pagaba mi cuenta de teléfono (antes del
corte, previendo que siempre lo olvido). Salí antes que él y vi que en la parte
baja una de mis tiendas favoritas anunciaba descuentos, voltee a ver a mi
hermano y continuaba en fila esperando pasar al cajero.
Se
me hizo fácil emplear el antiguo chiflido de "la palomilla" para que
volteara y señalarle que estaría en las tiendas de abajo. Tal cual, lo hice,
volteó, le señalé donde estaría y seguí mi camino.
Cual
va siendo mi sorpresa que llegando abajo me encuentro con uno de mis amigos de
la infancia, que había seguido el origen del chiflido por todos conocidos en
casa! Fue una de esas cosas curiosas que no esperas, misma que le ocurrió a él,
que iba con su familia y tan peculiar llamado distrajo su atención. Pasó que
platicamos un rato de cómo iba todo, con la promesa incluida de unas chelas en
cuanto hubiera oportunidad.
Al
poco rato llegó mi hermano le conté la situación y le causó la misma gracia que
a mí. Me quede con ese pensamiento en la cabeza hasta el día de hoy, que escribo
estas líneas.
Recordé una infancia vivida en una comunidad bonita, una donde se hacían
picnics los viernes y las mamás sacaban los guisados al jardín, todos
compartían. Donde se organizaba la cascarita y jugaban todos, niños y niñas sin
marcar una delimitación, preferentemente por retas ya que al ser tantos en la cancha,
terminabas sin saber quién era de que equipo. Un lugar donde se podía jugar
policías y ladrones así como escondidillas, donde podíamos hacer lunadas y
contar historias de terror y "marica el primero en salir corriendo".
No era el mejor lugar, si de bienes raíces y locación hablamos, pero a los
diez años eso poco podía importar.
¿A qué viene todo esto? A esa pena que me causa esta pobre generación
que no sabrá nunca lo que es ir a tocar a la ventana de tu amiguito, balón en mano,
esperando que su mamá le dé chance de salir una hora a jugar. A la
imposibilidad que tienen los niños de hoy de entretenerse sin necesidad de
recurrir a un aparato, de poder corretear en un patio hasta sentir que ya las
piernas no te dan y luego seguir corriendo porque si no te van a atrapar y el
equipo de ladrones depende de ti. No conocerán la adrenalina de permanecer
inmóvil debajo de las escaleras esperando que el que está contando no te vea y
a sabiendas de que en el momento que te descubra tendrás que correr como alma
que lleva el diablo para tocar base antes que él. Tampoco sabrán el suplicio
que es rogar por quince minutos más a tu mamá ya que la reta estas a punto de
ganarla y abandonar, significa pagar los refrescos.
Caray, tantas cosas que han cambiado, nos han hecho perder una de las
partes más padres de la vida a cambio de un video juego y la seguridad de que
en casa no estás expuesto a ningún peligro. Unas por otras, dicen. Y terminas conformándote
con una cita de juegos agendada semanas antes para que tu pequeño crío pueda
convivir con otros niños en un sitio controlado, lejos de los peligros que el
mundo real implica. Recordando los veranos en los que las guerras de globos de
agua terminaban en una fogata asando bombones y salchichas....
Cortesía de Sabs,